Es el mensaje que el Papa Francisco ha llevado a Colombia para dar su respaldo y bendición a la paz y reconciliación que allí ha tenido lugar entre las fuerzas gubernamentales y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas), cuya guerra ha durado cincuenta años. Con un balance de miles de muertos en combates, asesinatos, secuestros y extorsión por parte de unas fuerzas que se decían militares pero que no era más que un burdo disfraz terrorista. Sangre, dolor y lágrimas en la querida nación hermana de Colombia. Y aquí, nosotros con ETA, que sigue sin pedir perdón ni lo pedirá jamás. Bueno, pues que les avergüence el ejemplo de Colombia, en donde el amor supera al odio, y el perdón y el arrepentimiento han protagonizado una generosa reconciliación que ha devuelto la paz al pueblo colombiano.

Emocionante ha sido ver cómo guerrilleros y víctimas ante el Papa y la muchedumbre que le rodeaba pedían perdón los primeros y las víctimas (una representación de unos y otros) no sólo perdonaban, sino que expresaban su amor a los que tanto dolor y lágrimas les habían causado. Ejemplar, sí, y una grandiosa lección para cuantos hacen las guerras y revoluciones, y una lección también para todos aquellos que navegan en la vida por las aguas fangosas del odio, el rencor y el resentimiento, tan proclives en el terreno político e ideológico, como sabemos muy bien los currantes carpetovetónicos.

Perdón. Mucho es lo que hay que perdonar en nuestra andadura humana a todos nosotros, gobernantes y gobernados, por nuestra falta de convivencia y solidaridad, por nuestro orgullo, soberbia y egoísmo, por todo cuanto imposibilita que nuestro viaje en el tren de la vida, que es un viaje sin retorno, sea como es, antisocial e insolidario, un enfrentamiento entre los viajeros de las clases de primera, segunda y tercera.

El viaje, por lo tanto, no puede ser más infeliz y desafortunado. Y todo porque el perdón, intencionadamente, lo hemos dejado en la estación de partida. Así nos van las cosas en este viaje humano, sin retorno, que nos lleva a la otra orilla de la vida.