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La rucha

Pozos de poesía

(Para Victoria Martínez Picado, que me enseñó a encender las sombras)

La poesía me sirve para aceptar el mundo y sus barrios penosos. El mundo y sus industrias realmente inaceptables. Y alterar sus secuencias y suponer piedad y evidenciar decoro. Y menguar sus defectos y sus atrocidades. Me vale para amar cada instante que huye indetenible y único. Y asir la finitud de cada paso dado. Y velar la clemencia que desprende la vida. Y obedecerme un poco y expandir mis verdades. Y olvidar con dulzura las fechas de infortunio. Y perpetuar la dicha de todo cuanto siento. Me es válida en los pozos de las desesperanzas. Me es útil en la espera con sus ritmos guardianes.

La poesía me eleva como un caballo alado y me enseña a mirar con altura y belleza. Y a no desestimar sobre la tierra nada. Y a unificar el gesto de todos los lenguajes. Me reúne con seres de humo y de pasado y me hace confiar, cada día más firme, en la humana nobleza de muchos animales. La poesía me inunda como lava muy dócil y me cubre de un tacto de antigüedad y gozo. Y entonces adivino, con primitivo brillo, la mudez cotidiana de cuanto a mí me otorga preponderancia y ser, la certeza de todo lo que existe y decae: la niebla que despierta sobre la madrugada, el gallo que aún insiste en pronunciar la luz, le petirrojo cauto que picotea en el suelo, la presencia tan frágil de todos mis iguales.

La poesía me cura con sus inesperados brebajes de vocablos y su naturaleza casual e indescifrable. Me reconforta tanto como lo no vivido, como un tenaz deseo, como un feliz hallazgo. Y con ella me aparto de cadenas y miedos, renazco en libertad en cualquier tiempo y parte. Transito las ficciones, sondeo lo impalpable. Con su abrazo de brisa me abrigo algunas épocas. Con sus garras de invierno me defiendo de ataques.

La poesía me muestra lo que miente el silencio y lo que ve la flor y lo que aúlla el tiempo. Y con ella no sufro tanto como se sufre. Y convierto en metáforas el rencor y su sangre. Y allano el contexto de las incertidumbres. Y transformo la historia, aunque no se perciba. Y todo cambia un poco, aunque no de repente. Y alguien se identifica en la esquina de un verso. Y tal vez se pospongan tu aversión y mi adiós. O se evite, quién sabe, qué llanto inevitable.

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