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Fiasco en el Niemeyer

La atención que se dispensa a los asistentes a espectáculos en el centro cultural

Almudena Grandes arribó hace unos días a Avilés con su nuevo libro debajo del brazo, "Los besos en el pan", un bonito título que recuerda aquella costumbre que nos enseñaron nuestros abuelos cuando éramos pequeños. Se trata de una novela de crítica social en la que diversos personajes de un barrio se enfrentan a la hecatombe de la crisis económica y viven momentos agridulces llenos de indignación y rabia, apostando ante las numerosas dificultades por el tesón y solidaridad.

No soy lector de la autora madrileña, que saltó al éxito con "Las edades de Lulú", ni tenía el mas mínimo interés en asistir a la presentación de su última obra el pasado 17 de febrero a las ocho de la tarde en el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer (creo que escribí correctamente el rimbombante nombre). Ocho de la tarde, remarco. Pero lo hice para acompañar a una profesional de los medios de comunicación que tenía que cubrir el evento.

Llovía a chuzos, aventaba como si al cielo le debiéramos dinero y las condiciones del pavimento nos hizo tararear aquella de Fito: "Voy mirándome a los charcos, yo no necesito espejo..." A las 20.10 horas, con el paraguas transformado en cachivache, arribamos a la taquilla con intención de proceder a la compra de una entrada que mi desinteresada acompañante también iba a sacar, cuando su condición de periodista le posibilitaba el acceso sin tener que aligerar el bolso.

La luz apagada, una chica uniformada atrincherada detrás del mostrador y en la puerta un vigilante de seguridad que demostró su enorme eficacia en ejercer la autoridad y mantener el orden ante ciudadanos mojados hasta las trancas. "¡Está cerrado!" "Mire, nos fue imposible llegar antes", argumentamos. De nada sirvió, tieso y erguido mirando su reloj nos contestó a las 20.15 horas: "Empezó a las ocho". Y allí lo dejamos, con su exquisito control horario satisfecho de haber cumplido con altas dosis de amabilidad su función.

Nos dirigimos a la entrada del auditorio y, en la puerta, una pareja rebotada del guardia con anterioridad a nosotros, también muy empapadita, pedía permiso a la azafatas para poder mirar la exposición del hall, aunque solo fuera para calentar un poquito. Mi acompañante solicitó que llamaran al encargado de comunicación y apareció un señor con aires de suficiencia dándole consejos sobre la forma reglamentaria de acreditarse. Cuando ella le indicó que venía acompañada, escenificó un magistral "perdona vidas": recorrido de arriba a abajo con la mirada, sonrisa, varias oscilaciones de cabeza y asentimiento a mi entrada.

Decliné su invitación y me encontré en la explanada con una quinta persona padeciendo frío. A las 8.05 horas le habían negado, junto a su hija, la posibilidad de comprar dos tickets, aunque la joven pudo acceder porque, en ese momento, un miembro del Ayuntamiento que llegaba a la presentación le dio una entrada que él tenía disponible. Fue un placer esperar a la salida charlando con María José, una profesora enamorada de la enseñanza que ejerce su profesión en Oviedo.

No es la primera vez que ocurren hechos del estilo al acontecido la tarde-noche que nos visitó Almudena. Sin ir mas lejos, no hace mucho tiempo dos señoras septuagenarias que acudieron al cine al aire libre se encontraron sin sillas y, al solicitarlas, recibieron la indicación de que debían haberlas traído de casa o, en su defecto, una manta para sentarse en el suelo.

Ahora fuimos cinco personas las que quedamos sin entrar a la presentación de un libro por retrasarnos diez minutos en llegar al acto que tenía localidades de sobra. Cinco contribuyentes que ayudamos a mantener el chiringuito en la calle y empapados.

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