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El misterio del 23-F

Retazos de una conversación con Sabino Fernández Campo

Existen acontecimientos históricos que nos marcan de por vida; son irrepetibles, signan el transcurso posterior de los sucesos y dejan, en el ánimo de quienes los viven, la impronta genuina de una huella indeleble. Muchos españoles nos acordamos del lugar donde nos encontrábamos y lo que hacíamos cuando los sucesos espectaculares del 23-F tuvieron lugar. Los viví con una gran intensidad y seguimiento; sabía de buena tinta lo que estaba en juego y lo que podía ocurrir. Era uno de los abogados más jóvenes de España y, desde unos meses antes, ejercía mi profesión con la alegría del principiante y la motivación inexcusable de la juventud alegre y satisfecha. Cuando me enteré de lo que estaba pasando en el Congreso, todo me dio un vuelco.

Mucho más tarde, en el año 2006, tuve la suerte y el privilegio de conocer a uno, sino el más importante de sus protagonistas, al margen de la figura del Rey, y a quien le debemos bastante de la paz que desde entonces hemos disfrutado. El teniente general, Sabino Fernández Campo, y quien esto escribe nos hicimos muy buenos amigos desde el primer encuentro personal; durante cuatro años, cada verano, nos vimos en La Granda, hablamos de todo lo humano y lo divino, en presencia de las cámaras de televisión. Y, como no podía ser menos, nos embarcamos de lleno y de bruces en el interior de lo más profundo del enigma de esa fecha decisiva para todos los españoles y cuya sombra espero y deseo, desde lo más hondo de mi ser, que nunca más se pueda llegar a repetir. Lo que me dijo mi amigo es algo extraordinario y coincide, exactamente, con mis cábalas, intuiciones y otras consideraciones más allá del sentido común generalmente aceptado. Tengo que darle las gracias a ese asturiano insigne y universal, irrepetible como pocos, por su amistad, amabilidad, franqueza y sinceridad.

Dejo fluir las palabras del héroe de la democracia de nuestro tiempo convulso: "Hubo mucho engaño, falsedad, mucho nerviosismo y falsas informaciones. El teniente general Milans del Bosch, con sus características tradicionalmente monárquicas, si no cree que tiene una autorización superior no lo intenta, no lo hace, alguien le engañó o se equivocó o no se lo explicaron bien. Ir contra el Rey no hubiera ido nunca y el golpe iba contra el Rey. Cuando recibió la orden de retirar los tanques de la calle, la cumplió. No creo que pudiera perdurar mucho una democracia en la que se iba a apoyar un gobierno en un asalto al Congreso. Fue una chapuza. Incluso lo que está mal hecho, hay que hacerlo bien. El Ejército quedó muy desacreditado y la Monarquía salió bastante fortalecida. En el posterior Consejo de Guerra de los militares golpistas, estos dieron un espectáculo denigrante, se echaban las culpas unos a otros y nadie asumió un comportamiento digno. Siento mucho el papel que el Ejército desempeñó. Sobre el 23-F se ha dicho mucho, bastante inventado, supuesto o imaginado. Yo que estuve bastante próximo en todo el centro del asunto y del suceso he de confesar que no tengo todas las claves y me quedan cosas que no conozco y que hay secretos que a lo mejor no averiguaré nunca. Creo que sé algo del 23-F, presencié cosas, pero tal vez ignoro muchas anteriores".

Preguntado sobre si la actitud del ex teniente general Milans del Bosch, al cumplir de inmediato la orden de retirada de los carros en Valencia, no chocaba con la idea de dar un golpe, afirmó: "También parece, pues si estaba decidido y había tomado una decisión tan grave, trascendente y peligrosa como la que parece que había tomado, el que con una simple indicación del Rey de que retire los carros de la calle la cumpla, parece extraño. Por eso, aunque del 23-F se sabe bastante y se ha escrito también mucho, es también terminado. Cuando se le dan vueltas a las cosas, se inventan más o aparecen nuevas, no sale más que perjudicar y recordar un pasado que tenemos que olvidar y no repetirlo, tenerlo pendiente en el pensamiento para que las cosas no se puedan hacer de esa manera".

Le pregunté: "Cuantas más naciones haya dentro de una nación, ¿no corre más peligro la estabilidad de esa nación?". "Sí -respondió-, el mundo tiende a lo contrario, a una globalización. Hay que estar más unidos, ser más grandes y poderosos para poder defenderse y ayudarse unas regiones a otras".

Sus últimas palabras fueron: "Lo que tenemos que pedir es que nos veamos donde tenemos que vernos y que seamos felices. Muchísimas gracias, jefe". No, muchísimas gracias a ti, querido e inolvidable amigo, con quien tuve el alto honor de hablar y empatizar. Incluso puedo decir que llegamos a querernos. Personas como tú se dejan amar solas, has prestado un servicio impagable a la patria que tanto querías; lo malo es que ahora no existe un Sabino Fernández Campo a quien acudir para solucionar una situación que, al menos, resulta tan complicada como la que vivimos entonces. Seré fiel a nuestra amistad y callaré lo que debo para contribuir a la paz y unidad de nuestra nación.

Hasta siempre, querido amigo.

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