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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La destrucción del amor

Los buitres se alimentan de los cadáveres abandonados. Sobrevuelan al moribundo y aguardan. Cuando el moribundo se rinde, caen en picado sobre él, abren sus heridas y ahogan sus cabezas en las entrañas convertidas en carroña. Y, sin embargo, los buitres son animales precisos, el último eslabón de la cadena trófica, los que permiten que el mundo siga. Barrenderos del medio ambiente. Son todo esto y son la metáfora que inspira la obra que Carles Harillo Magnet presentó antes de anoche en Avilés. Dos funciones para contemplar de cerca toda la tragedia de la destrucción de la vida cotidiana.

La que vi fue las de las 18.30 horas. Dos horas después comenzó la segunda. Llenos absolutos consecutivos. Vale, el espacio elegido para el drama es reducido: el vestíbulo del primer piso del auditorio del Centro Niemeyer, pero no deja de tener mérito. "Los buitres" busca pocos espectadores y los quiere todos entregados. Los responsables de la programación teatral del complejo cultural son partidarios de sacar todo el partido posible a todas las infraestructuras posibles. Y un vestíbulo no sólo tiene que ser un lugar de paso. También es espacio escénico. Las funciones de antes de anoche no fueron las primeras en probar sus ventajas. Y no serán las únicas. La compañía viene de La Pensión de las Pulgas, que es un teatrín minúsculo en la calle Huertas de Madrid: espacios escénicos en antiguas habitaciones de una pensión que hay que buscar con pulcritud. El escenario ideal para vivir la experiencia del teatro, el más erróneo si lo que se pretende es "ir al teatro" y después a cenar y tomar unas copas. En este caso, la compañía de Harillo apuesta por una cena incómoda, un aniversario de tristeza con polvo, telarañas y desgracia. Los buitres hace tiempo que no comen y están dispuestos para el canibalismo.

Los actores Mario Zorrilla y Paca Mencía son un matrimonio en declive, asesinos en potencia. Xabier Murúa, por su parte, una antigua amistad de ambos. Los dos primeros celebran su décimo aniversario de boda, el tercero hace tiempo que no los visita. Parece que ha triunfado. Su llegada quiebra las razones. Los espectadores tocan con las manos a los actores y se sienten público activo del drama. Los dueños de la casa se odian y aprovechan la venida del tercero para exhibir su odio. Harillo transforma el vestíbulo en un agujero sin salida? Es el poder de la mímesis. Ya lo explicó Aristóteles: la tragedia es la imitación de la vida. Y la vida, en ocasiones, es un drama al alcance de la mano. Harillo dice que su obra se inspira en el dramaturgo sueco August Strindberg, el de "La señorita Julia", pero en el desarrollo de su obra las huellas de J. B. Priestley ("Llama a un inspector"), Emily Brontë ("Cumbres borrascosas") o, incluso, "La familia Addams" son más que evidentes. Harillo consigue crear congoja entre los espectadores -pese a que el motor de la tragedia es demasiado flojo para ser motor de nada- y este es un mérito pocas veces alcanzable. Lo hace con tres actores sensoriales entre los que destaca Xabier Murúa, que sufre, como los espectadores de esta casa del terror, las espadas que se lanza el matrimonio agonizante. La muerte no sienta nada bien.

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