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Crítica / Cine

"Txoria txori"

"El verano de Sangaile" y el descubrimiento del amor

Auste es dicharachera y abierta, su vida está llena de color y terciopelo, algo hortera, sí, pero sin miedo a serlo, en realidad parece feliz en cualquier circunstancia. Tampoco le asusta afrontar su sexualidad de frente, ¿por qué debería asustarse? Auste vive en un pequeño apartamento, uno cualquiera, de cualquier barriada, en cualquier ciudad anónima de la costa lituana. Su personalidad es lo que hace de ese refugio un lugar único.

Sangaile es apocada y pensativa, dueña de un vasto mundo interior lleno de miedos y secretos, de barreras autoimpuestas que le impiden cumplir algún poco asumido sueño. Ella no sabe mucho sobre su sexualidad, lo que hace lo hace por impulso, por inercia social, por imitación de comportamientos, para que los demás no puedan ver y herir. Sangaile vive en una preciosa casa al lado de un bosque, a la orilla de un lago. Su apocamiento es lo que convierte ese rincón encantado en una estancia anodina.

Por supuesto, Auste y Sangaile se aman.

La directora lituana Alanté Kavaïté nos narra, en ésta su segunda película, un pequeño cuento de hadas (de ninfas más bien) sobre el descubrimiento y la integración. Una fábula (con moraleja, sí) donde el amor transforma las bombillas en luciérnagas, las faldas de tul en campos de nubes. Un relato en el que todo se articula en torno a elementos opuestos, no sólo las divergentes personalidades de sus dos protagonistas, de ésas de las que hablábamos anteriormente. También encontramos esa pugna en el retrato de espacios: en los pantanos y arboledas a la sombra de las chimeneas de antiguas centrales térmicas, en vivir apegado a la tierra y en sentir el deseo de volar, en veladas artísticas de vino blanco en copas de bohemia y en botellas de whisky apuradas a morro. Esta confrontación es la clave para entender "El verano de Sangaile"; al final se trata de refrendar que sólo somos un todo cuando podemos asumir y conjugar las contradicciones que viven en nuestro interior. Cuando, al igual que Sangaile, subimos las escaleras de la vieja central soviética para ver el paisaje desde el otro lado.

Si le hubiera cortado las alas

habría sido mía,

no habría escapado.

Pero así,

No hubiera vuelto a ser nunca más un pájaro.

Y yo...

yo lo que amaba era que fuera pájaro.

(Mikel Laboa, "Txoria txori").

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