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Un océano de distancia

No tiene necesidad el dúo que codirige "Dólares de arena", la película que cerró la I edición del Festival LGBTIQ de Avilés, de recurrir a explicaciones psicológicas para presentar, en los pocos rasgos que conforman un boceto, a sus protagonistas. Envueltos en ritmos de bachata y con la inconfundible luz del Caribe vemos, ya desde sus primeros planos, el conflicto entre el sexo (quizás también alguna clase de amor) y el dinero, entre la vieja y rica Europa y la joven y expoliada Latinoamérica. Sí, estamos hablando de esa clase de turismo que no busca sólo el calor en las playas, también lo hace en la tersa piel de los taínos: ahora son los colonizadores los que ofrecen oro a cambio de vida.

Guzmán y Cárdenas ruedan siempre en primer plano, con la cámara pegada a sus protagonistas. No existe, por tanto, la intención de dar una visión general sobre la República Dominicana "real", la que sobrevive más allá de los hoteles de pulsera y barra libre o, más bien, a la alargada sombra de éstos. Sí la hay de plasmar esa realidad colectiva en la vida diaria de sus trabajadores. Corrección: digo trabajadores, usando el sustantivo neutro, y debería decir trabajadoras, en femenino. La realidad al otro lado del turismo sexual tiene forma de colmena, de sociedad matriarcal donde las obreras laboran y los zánganos fecundan.

También los directores (director y directora) exploran en el otro sentido. En las causas que (nos) llevan a cruzar el océano en busca de un calor que parece haberse perdido en este continente. ¿Es sólo el sexo como mero acto mecánico? ¿es la utopía occidental de equiparar la virginidad primigenia del suelo caribeño a la de sus gentes? ¿es el ansia de redención, propia y ajena? ¿es una combinación de todos estos elementos? Obviamente, no existe una respuesta, existe el hecho como tal y tantas causas como personas: algunas mejores, algunas peores. Y una certeza innegable: los europeos siempre pueden volver a la seguridad de sus hogares cuando perciben que lo real confronta con lo imaginado.

Sin perder el afán documentalista, presente en todo el metraje, queda, como conclusión final de Dólares de arena, la admisión de la imposibilidad de la convergencia de ambos mundos. No hay culpables, tampoco inocentes, sólo existe la realidad como un todo aplastante. Un abismo de lejanía entre voluntades opuestas, un océano de distancia entre necesidades antagónicas.

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