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Gustavo Bueno en La Granda (1991)

Repaso a una parte del pensamiento del filósofo recién fallecido

La muerte de su esposa dejó sin aliento vital a Gustavo Bueno, y dos días después pasó a mejor vida. Bueno, como era conocido en los ambientes populares universitarios, fue el último pensador sistémico que sostenía que la filosofía era un saber sustantivo y no un conjunto de proposiciones tautológicas inverificables, ni verdadera ni falsas, sino sin sentido. Los que pululamos por sus clases en los tiempos en los que Aristóteles era el rey de la lógica con los silogismos, sufrimos una crisis de identidad cuando don Gustavo era atacado con botes de pintura y nos obligaba a estudiar la lógica matemática analizando infinitas tablas de verdad porque todo era cuestión de verdadero o falso con deducciones formales.

Don Gustavo pasó del tomismo más conservador, como protegido de un venerable obispo salmantino, al cierre categorial, un conglomerado aderezado con el hegelianismo de izquierda y el presocratismo ancestral que lo llevo al materialismo filosófico. Obsesionado con la religión católica que, según él, le habían impuesto siendo un joven universitario rebelde, pretendió fundamentar el hecho religioso sobre el materialismo y el animalismo, lo que le llevó a conclusiones no sólo irreverentes sino disparatadas, puros paralogismos.

Las posturas de don Gustavo Bueno sobre la génesis de la religión como dimensión fundamental de la esencia del hombre fueron objeto de vivo enfrentamiento con eminentes teólogos, como el más célebre de todos, el asturiano Juan L. Ruiz de la Peña (crisis y apología de la fe), sin duda, uno de los más prestigiosos de los tiempos modernos, quienes cuestionaron las posturas sobre el origen de la religión como peregrinas por inconsistentes. Antes, las objeciones que el teólogo Olegario Cardedal, por cuando Bueno se servía de un material anacrónico para sus análisis materialistas y animalistas, el filósofo riojano las calificó de contumelias propias de la malicia clerical. Las cosas llegaron a más cuando Bueno se negó a admitir la posibilidad de la experiencia mística, porque él no la había tenido y nadie puede tenerlas. No podía aceptarlas, porque eso supondría derrumbar totalmente su ideología. Esto sucedía en agosto de 1991, como lo escribía en LA NUEVA ESPAÑA don José Manuel Vaquero, hoy galardonado por su trayectoria periodístico-empresarial con la Medalla de Oro por el Gobierno del Principado de Asturias.

Riojano de raíces profundas, fue un asturiano más por devoción que por convicción, aunque en la tierra de Jovellanos, consiguió fama y proyección internacional en las aulas metafísicas. Bueno fue un excelente profesor, pero sobre todo un polemista incisivo y persistente, buscaba la polémica en la que demostraba su contundencia lógica que le hacía temible y terrible. La cultura de masas y el mito de la izquierda fueron objeto de una crítica corrosiva y demoledora, que alcanzó su cénit en su ensayo "Zapatero y el pensamiento de Alicia", una terrible diatriba contra la política cultural y religiosa de ZP, que culminó con su paradójico ensayo "La fe del ateo". Gustavo Bueno, para ser un fiel representante de un saber despreciado e infravalorado como la filosofía, gozó de excelente fama y recibió importantes galardones, como el de Hijo adoptivo de la ciudad de Oviedo, o Riojanos del Mundo. Descanse en paz Gustavo Bueno porque el tiempo de la filosofía y de la polémica se le acabó.

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