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Reivindicación de San Agustín

Un somero acercamiento a la figura religiosa que Avilés ha adoptado como patrono

Avilés cerró su peculiar y tópica Semana Grande con un espectáculo pirotécnico, que por lo menos no fue objeto de los ataques inmisericordes de vientos, nubes y nieblas que perturbaran su efímera visión. En torno a este espectáculo tan aparente como fugaz se concentran todas las noches de San Agustín, con la mirada en el cielo, miles de avilesinos y foráneos con un respetuoso silencio roto por "¡oh!" de admiración o expresiones de insatisfacción. Y parece que con la volatilidad de los fuegos se acabó el sarao. Pero San Agustín es mucho más, infinitamente más que unos fuegos, una feria de ganado y mucho activismo lúdico que llaman ahora y en el que cabe de todo.

Los responsables festivaleros toleran la presencia de San Agustín porque históricamente nuestros mayores siempre lo han celebrado como eje y centro de sus trabajos y diversiones, pero ellos están con sus particulares festejos carnavalescos con los que quieren que los avilesinos se identifiquen sí o sí. Hacen de los que fue una fiesta cristiana su particular conmemoración partidista laicista. Pero el gran padre de Occidente es San Agustín por su filosofía, por su teología y por su visión de la Historia. Sus obras inmortales como "Las confesiones" han abierto al sujeto cerrado en sí mismo, materialista y hedonista, a la verdad, belleza y amor que es Dios, uno y trino.

En estos días que se habla tanto de un filósofo materialista que se escondió en su peculiar cierre categorial del que no pudo salir porque no había salida sino hacia el relativismo y la nada, San Agustín es más necesario que nunca por su pasión por buscar la verdad y aceptarla hasta sus últimas consecuencias. San Agustín, además, es el gran pensador de la historia de la Salvación, como se prueba en su magna obra "La ciudad de Dios", un análisis genial de cómo la Historia, aunque parezca lo contrario, no la dirigen ni los grandes dictadores ni las ideologías imperialistas, sino la providencia divina con sus caminos misteriosos y salvíficos.

La ciudad del hombre se centra en sí misma hasta su destrucción, la ciudad de Dios, la Iglesia, lo espera todo de la misericordia divina, que siempre tiene la última palabra, como no se cansa de afirmar el Papa Francisco. Pero San Agustín es lo que es porque tuvo una madre, Santa Mónica, que en los momentos más difíciles de su vida, los de su adolescencia y juventud extraviada, supo apoyarlo, comprenderlo y llorar por él, porque como le dijo el gran San Ambrosio, "hijo de tantas lágrimas no se puede perder". Como así fue. Una buena razón para aceptarlo es que, a pesar de todo, sigue siendo patrono de Avilés y de San Agustín de la Florida.

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