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Abogado

En defensa de la tolerancia

Ante una de las actitudes más preocupantes de nuestra sociedad

La intensificación actual de los actos de intolerancia, violencia, terrorismo, xenofobia, nacionalismo agresivo, racismo, antisemitismo, exclusión y discriminación, perpetrados contra minorías religiosas, étnicas, lingüísticas, refugiados, trabajadores migrantes, inmigrantes y grupos vulnerables de la sociedad; y el resurgimiento de partidos políticos de uno u otro signo que hacen del rechazo al diferente una bandera, pone de manifiesto que la intolerancia es quizás una de la actitudes más preocupantes a que se enfrenta nuestro mundo en la actualidad.

Y, en el futuro inminente, las perspectivas no resultan muy alentadoras ante los radicales cambios que se avecinan: el cambio de modelo económico que impone el advenimiento de la robótica y las nuevas tecnologías, que hará prescindible multitud de mano de obra, el movimiento de grandes grupos humanos desplazados por la guerra o la falta o agotamiento de recursos, la creación de grandes megalópolis formadas por personas de distintas razas, religiones, lenguas; el envejecimiento de la población occidental; la transformación de los modelos sociales; etcétera.

Esos cambios, con los riesgos que generan, producirán miedo y serán vistos, inconsciente o conscientemente, como una amenaza. Reaccionar frente a ellos con intolerancia, culpando de ellos al diferente -al que practique otro credo, pertenezca a otra raza o provenga de otro país-, es lo más sencillo y factible y es además lo que alentarán -ya lo están haciendo- los demagogos que encienden la mecha que aviva los incendios más devastadores de la Historia.

La tolerancia es una cualidad del ser humano que le permite reconocer a los otros, pese a sus diferencias, como hombres libres e iguales. Como escribiera Jean François Lyotard, "lo que hace similar tanto a un ser humano como a otro es el hecho de que cada uno lleve en si la figura del otro".

Frente a la salida fácil que toma aquél que culpa al diferente de sus propios problemas y limitaciones, la tolerancia exige desbrozar la propia mente de prejuicios y dogmas; exige esfuerzo, contención, conocimiento propio, huir de simplismos y analizar con racionalidad las situaciones.

Como decía hace días Richard Ford, al recoger el premio "Princesa de Asturias" de las Letras: "Los intolerantes del mundo se afanan por dividir violentamente a los seres humanos. Para nosotros los escritores, sin embargo, la primera fuente de consuelo, la encarnación de nuestro optimismo está en 'el otro', en lo mutuo. Lo que me infunde esperanza -a veces es lo único que puede hacerlo- son los actos cuyo objetivo es expandir la tolerancia, la aceptación del otro y la empatía, más allá de lo convencional, de lo meramente práctico y de lo mezquino".

La Historia nos enseña continuas lecciones de intolerancia e intransigencia, hasta extremos realmente inimaginables. Los nazis no reconocían como seres humanos a los judíos, ni los serbios a los bosnios, ni los blancos a los negros en el apartheid, y esa falta de reconocimiento era tan absoluta, que provocó en no pocos casos que aquéllos que participaran en crímenes horrendos no fueran conscientes de su propia maldad. Lo que Hannah Arendt llamó con acierto "la banalidad del mal".

Sin embargo, no parece que hayamos aprendido mucho. Más allá de los horrendos crímenes del ISIS o de los atentados indiscriminados cometidos en nombre de Alá, el "programa" político de Trump, el resurgimiento en Europa de partidos xenófobos o radicales o el lamentable tratamiento que la propia Europa está dando a los refugiados nos habla, sin ambages, de que a poco que nos descuidemos, podemos adoptar conductas abiertamente intolerantes.

El que no esté dispuesto a reconocerlo acabará perdiendo de vista, que el diferente tiene una esencia humana idéntica, merecedora del mismo respeto y corre el peligro -como la Historia nos enseña- de acabar reconociendo solo como "realmente" humano, al que comparte su misma raza, religión, cultura o pertenencia al grupo social en el que se integra.

Parece pues necesario afirmar los principios de la Carta de las Naciones Unidas declarando "Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra... a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana... y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos". Y adoptar una conducta acorde con el respeto a los derechos reconocidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión" (artículo 18), "de opinión y expresión" (artículo 19) y que la educación "favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos y religiosos" (artículo 26).

La consideración y la protección de la dignidad humana, que el artículo 10 de la Constitución considera fundamento del orden político y de la paz social, se constituye en la razón central de los planteamientos que desarrollan e incorporan a los textos positivos las formulaciones de los derechos humanos.

La defensa activa de la tolerancia no sólo es un deber moral, sino una obligación política, religiosa y social, que exige de los líderes políticos, religiosos y sociales, una actitud activa en defensa de los derechos humanos y las instituciones democráticas, de rechazo de los nacionalismos, de evitación de rivalidades étnicas, de integración social evitando situaciones de subdesarrollo.

Sin embargo, la tolerancia encierra en sí una paradoja. ¿Se puede y se debe ser tolerante frente a la violencia, el fanatismo, la xenofobia, el nacionalismo agresivo? Parece evidente que no. Cómo escribió Voltaire en su "Tratado sobre la tolerancia", "lo que no es tolerable es precisamente la intolerancia, el fanatismo, y todo lo que pueda conducir a ello". Como escribiera Gustavo Bueno en "El sentido de la Vida": "La tolerancia depende de un marco de condiciones que hacen posible precisamente su aplicación, este marco es el que no puede ser discutido. Según esto no es la ética la que debe ser tolerante, sino que es la tolerancia ética la única que puede tener importancia... La tolerancia no es la medida de la ética, sino que es la ética la que debe constituirse en medida de la tolerancia".

Es decir la sociedad no puede caer en el paradoja de -a cuenta de ser tolerantes- aceptar la intolerancia y ha de estar vigilante, actuando preventivamente con educación e integración y también atajando sin remilgos, con el imperio de la ley -incluso sancionando penalmente- aquellas conductas intolerantes más graves que sean definidas como delitos.

Pero, aunque las ideas basadas en la intolerancia sean siempre frontalmente rechazables, el límite entre lo que debe ser una conducta penal o no en un estado democrático no siempre resulta fácil, al deber quedar reservada la sanción penal para aquellos ataques más graves, teniendo en cuenta tanto el resultado como el peligro creado para los bienes jurídicos que se trata de proteger.

Cómo ha tenido oportunidad de indicar nuestro Tribunal Supremo siguiendo la doctrina del Tribunal Constitucional "La Constitución no prohíbe las ideologías que se sitúan en los dos extremos del espectro político, tradicionalmente y aún hoy, identificados como izquierda y derecha. Incluso podría decirse que tampoco prohíbe las ideas que, por su extremismo, se sitúen fuera de ese amplio espectro político, por muy rechazables que puedan considerarse desde la perspectiva de los valores constitucionales y de los derechos fundamentales y libertades públicas".

En conclusión, la tolerancia con todo tipo de ideas, viene impuesta por la libertad ideológica y de expresión, y no significa condescendencia, aceptación o comprensión, sino solamente que las ideas, como tales, no deben ser perseguidas penalmente. Sin embargo, la realización de actos o actividades que, en desarrollo de aquellas ideologías, vulneren otros derechos constitucionales, o supongan un peligro real frente a los mismos, pueden ser perseguidas penalmente. Así ocurre hoy por ejemplo con ciertas a conductas intolerantes, como por ejemplo, la discriminación en el empleo, contra alguna persona por razón de su ideología, religión o creencias, su pertenencia a una etnia, raza o nación, su sexo, orientación sexual, situación familiar, enfermedad o discapacidad; o la incitación directa o indirecta al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por esas mismas razones.

Es tarea del Ministerio Fiscal y de las fuerzas de seguridad del Estado, estar vigilantes y perseguir con denuedo este tipo de conductas que son gravemente atentatorias contra los derechos fundamentales. Y también es tarea de todos no aceptar comentarios o actitudes intolerantes; de tal modo que quienes así se comporten sientan claramente el rechazo social.

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