Para no ser reconocido en su auténtico ser se puso una peluca, se vistió con falda, se calzó unos tacones y cambió su tono de voz forzándolo para parecer lo que no era. Entonces empezó a decir cosas que sonaban muy extrañas al salir de su boca: "Me preocupa el bienestar de las personas más humildes y que peor están pasando la crisis", "necesitamos un sistema fiscal más justo", "que paguen menos los que menos tienen", y otras frases curiosas. Defendió la limitación del salario de los banqueros, asumió la ley del aborto y la del matrimonio homosexual e incluso lloró públicamente cuando fue traicionado y algunos compañeros cayeron en el pecado de la corrupción.
Al no reconocer su verdadero ser, El Otro se le acercó, atraído por sus encantos, por su voz en falsete y su falsa melena rubia, por lo que decía y por la manera en que lo decía. El Otro también había cambiado, El Otro también era ambiguo. Decía "no debemos penalizar fiscalmente a la gran industria porque es generadora de empleo", decía "la externalización de servicios mejora la calidad del servicio", decía "no importa si la empresa es pública o privada, lo importante es la eficiencia". Defendió el retraso de la edad de jubilación, defendió la reducción del salario de los empleados públicos e incluso lloró cuando fue traicionado y algunos compañeros cayeron en el vicio de la corrupción.
Aunque rezaban a dioses distintos, compartían visión del mundo. Juntos habían vivido muchas aventuras y enfrentado tiempos difíciles. Reformaron constituciones, pactaron leyes y ordenanzas, sufrieron el asedio de la chusma, se sintieron atraídos y entonces, un día, el amor surgió.
Juntos huyeron, perseguidos por los populistas, rumbo al mar de la Responsabilidad. Se miraron a los ojos y Él, quitándose la peluca, le dijo a El Otro, "soy de derechas". El Otro pareció no haberse enterado, pero respondió con una sonrisa: "Nadie es perfecto".