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Vita brevis

Si yo fuera alemán

La despedida de Obama como presidente de Estados Unidos y la herencia que deja

Le queda menos de una siesta. Ya es lo que al otro lado del charco se llama un "lame duck", que es un pato cojo, rengo, lisiado. Así apodan a los presidentes americanos que están en las últimas, haciendo las maletas para largarse de la Casa Blanca a fin de dejarla libre y expedita para que la ocupe el nuevo inquilino, recién electo para el cargo. Además, en este caso es posible que pretendan desahuciar a la familia Obama con premura, para que dé tiempo a fumigar y orear la residencia presidencial antes de que se instale en ella el pato Donald, que es blanco, anglosajón y protestante. Las cosas vuelven a donde solían, como Dios manda, y vaya usted a saber cómo tienen aquello, que con los negros nunca se sabe.

Cuando, hace ocho años, salió elegido Barack Hussein Obama, todas las izquierdas y progresías varias de salón pillaron un subidón que estaban que se salían. Se debieron contar a miles los que, de tanto gusto, no pudieron evitar irse en los calzoncillos, en las bragas o, en su caso, en la prenda de sujeción íntima que vistieran a la sazón. Todo era tan políticamente correcto que daba gloria vivir aquel acontecimiento histórico, que llegaría a ser planetario cuando el Presidente moreno se juntara con Zapatero, al decir que aquella ministra que se llamaba Leire Pajín, de gaya memoria. Luego, de aquel encuentro sideral solo quedaría una foto, rápidamente censurada, porque en ella aparecían las hijas de ZP a modo de "estregas", aunque nunca se supo si eran de Salem o de Zugarramurdi porque les faltaba la escoba.

Ahora que se cumple el sexagésimo tercer aniversario del magnicidio de Kennedy, cabe recordar que ya produjo una gran algarabía su elección como Presidente, por romperse la tradición americana al ser el primer católico que accedía al cargo. Cómo no iba a alborozar la llegada de un negro y, además, con un nombre moro. El tío Tom, salido de la cabaña, había llegado a la Casa Blanca. A mayores lo había conseguido con aquel lema esperanzador que sonaba la mar de bien: "Yes we can", aunque ni entonces ni después explicara qué diantres es lo que sí se podía. Tan extraordinario pareció el suceso que hasta el Parlamento noruego le otorgó el Premio Nobel de la Paz, cuando todavía no había hecho más que jurar el cargo y mudarse con su familia al número 1.600 de la avenida de Pensilvania, en Washington.

Parece mentira que hayan pasado ya ocho años. Poco va a quedar en la memoria del paso de Obama por la gobernación de los Estados Unidos y de su imperio, salvo tal vez el plan de sanidad conocido como "Obamacuidados", que ya veremos en qué queda a partir de ahora. Él sí se va a llevar el imborrable recuerdo de haberse blanqueado para siempre, siquiera sea el pelo, que ahora luce el rizo cano.

Obama anda ahora despidiéndose. Todavía camina como Antoñito el Camborio, que García Lorca le hizo prender por la guardia civil caminera: "Moreno de verde luna, / anda despacio y garboso. / Sus empavonados bucles / le brillan entre los ojos". Se vino por la vieja Europa a dar el adiós a los cinco grandes, reunidos al efecto para la pitanza de réquiem en Alemania, naturalmente. Allí halagó a la anfitriona diciendo: "If I were here and I were German and I had a vote, I might support her".

Ya ve, si Obama fuera alemán, votaría por la doctora Merkel, la canciller de hierro que tanto denuestan los progresistas diversos que se alelaron deleitosos con la elección del afroamericano, que es la forma políticamente correcta de denominar en los USA a los que aquí llamábamos negritos cuando se pedía para ellos en la postulación del Domund, y que ahora conocemos como subsaharianos. Qué gran traición para los que pusieron en Obama sus esperanzas vanas.

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