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La real resistencia

Toda acción individual termina implicando a la comunidad. En ese ir y venir constante, en esa repetición de ideas, en las obsesiones de Soledad Córdoba, que la convierten en una artista tan excepcional, resuena el mito de Sísifo castigado a empujar una enorme piedra cuesta arriba por una ladera, pero antes de alcanzar la cima de la colina la piedra rueda hacia abajo y se repite infinitamente el trabajo. El motivo de este castigo no se nos narra claramente en la "Odisea", sea un deseo insatisfecho, sea el resultado de una desobediencia negándose a morir o la condena por haber revelado los secretos de los dioses a los mortales, su resistencia y sufrimiento transciende lo personal para envolverse en lo comunitario. "Estoy sólo diciendo: tan pronto como existe una relación de poder, -expresaba Foucault- existe la posibilidad de resistencia".

En esa necesidad de actuar, en esa posibilidad de hacerlo, Soledad activa en la Capilla de la Trinidad una instalación creada específicamente para el espacio que, a modo de fresco videográfico, interviene en el muro con tres proyecciones en forma piramidal, registros de trabajos realizados en el paisaje almeriense de Carboneras. En uno de los vídeos, vestida de negro, con una mantilla ocultando su rostro, arrastra una pesada carga de piedras envueltas en una red. Lo efímero de la acción se materializa en una potente escultura en la Capilla, con la malla negra envolviendo los pedruscos, produciendo una apertura en el espacio de las imágenes, en el lugar, perviviendo diferentes tiempos escultóricos. Trazas de Richard Long, alegoría de la experiencia, superposición de rutinas y de recorridos, con la artista situada en el centro del paisaje, del sentimiento.

En otro de los vídeos camina en círculo, como en una noria, atada a una masa de piedras, convirtiendo su cuerpo en la medida de la obra, trazando dibujos repetitivos, conjugando cuerpo, lugar y ritmos, en un geometrismo que dibuja las huellas del dolor, las variaciones rítmicas de la resistencia. El último vídeo nos muestra a la artista ascendiendo a la cúspide de una montaña arrastrando numerosas piedras atadas en diferentes cuerdas que Soledad se esfuerza en empujar ladera arriba. La fe en unos mismo pero, también, "Cuando la fe mueve montañas" (Lima, 2002) de Francis Alÿs, crea una mitología, una fábula, de lo que somos capaces de hacer, de lo que una persona es capaz de resistir, de una escritura visual que reafirma el "querer ser cuando los cimientos son agua" y todo se desmorona y, sin embargo, más allá de lo personal, con los otros, incorporamos los sueños que nos llevan hasta la cumbre, otro paisaje.

Aunque alguna de la actual simbología se encontraba presente en su anterior trabajo "Devastaciones" (Galería Gema Llamazares, 2016), como el gesto performativo de arrastrar las sillas, en ocupar las obsesiones con el negro y el quebranto, en la dialéctica surgida entre la huella y el olvido. Pero en esta ocasión la fotografía ha dado paso a la imagen en movimiento y las reflexiones fotográficas a un pensamiento escultórico aunque perviven a la entrada de la instalación los dibujos de tres guerreras, autorretratos totémicos, conjugando tiempos y encrucijadas, en un contacto con el deseo pretérito, con la distancia, en ese agotarse en el ámbito de lo posible, de la real resistencia.

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