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Se ha ido un hombre espléndido

Sobre el concepto de la amistad que tenía Ramón el del Muelle y lo mucho que sentimos perderlo

Este viernes pasado, de manera inesperada, la muerte se llevó, cuando nadie lo esperaba, al luanquín Ramón Menéndez: Ramón el del Muelle como era conocido por todos. Ramón, además de un empresario hostelero ejemplar, trabajador incansable, hombre honrado donde los hubiese, era propietario del bar del Muelle y de los restaurantes Guernica e Isla del Carmen. Toda una vida dedicada a un trabajo duro y esclavo, lleno de sinsabores, de dedicación exclusiva y escasas vacaciones, con muchas preocupaciones.

Pero, sobre todo, Ramón era una excelente persona en el sentido étimo del término: racional, prudente, buen esposo y padre y, además, un sincero y verdadero cultivador de la amistad. De trato afectuoso y delicado, además de espléndido hasta lo indecible con sus amigos. Aunque le conocí ya al final de su vida -me cuesta mucho tener que emplear el pasado- desde el primer momento fui consciente de que estaba ante una persona que entendía la amistad como lo que debe ser: una relación sincera y fraterna que estaba por encima de intereses y reciprocidades mutuas. Todos los que le hemos conocido y tratado con él hemos terminado sintiendo un profundo afecto por él y hemos sentido que se haya ido un hombre cabal y bueno.

Sé que para su esposa y nuestra amiga Carmen, sus hijos, su nieto al que tanto quería y demás familia, estas humildes frases significarán poco ante la dimensión que supone su fallecimiento. Pero, de alguna manera, para los amigos que también lo hemos perdido, espero que sirvan para dejar testimonio de que también echaremos de menos su presencia, aunque su recuerdo seguirá siempre con nosotros. Descansa en paz, Ramón.

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