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Los segadores

Las movilizaciones en Cataluña a cuenta del referéndum del 1 de octubre

Las vacaciones estivales han sentado de maravilla a más de uno. La prueba evidente más señalada la tienen en Cataluña, donde han retornado con energías renovadas. La verdad es que allí lo tenían más fácil que en otros lugares porque la vuelta a la rutina cotidiana estaba salpicada de grandes y continuados festejos. De entrada contaban con la Diada, en que celebran por todo lo alto la derrota que sufrieron el 11 de septiembre de 1714, que es cosa mucho más señalada que la conmemoración de una victoria conseguida a pedradas, como aquí con la Virgen de Covadonga, que así no hay quien se quite el muermo. Luego llega el día 24 de septiembre con su Virgen de la Mercè, que alegra las calles con conciertos, sardanas y otros bailes, castells y diablos, pasacalles y procesiones, durante casi una semana, que es más notable que San Mateo, donde todo se queda en el desfile de América en Asturias, la estridencia de unas gaitas y la bebedera en malolientes chiringuitos.

Este año el Govern ha querido ampliar las celebraciones populares, para hacer más llevadera la entrada en la monotonía de las faenas desde la holganza de las reparadoras vacaciones. A tal fin ha convocado un referéndum para el 1 de octubre, que siempre se ha dicho que las votaciones son la fiesta de la democracia. Así andan las calles y las plazas de esas tierras en estos días, plagadas de "esteladas blavas", que son esas banderas con una estrella blanca en un triángulo azul, que ondean las catalanes de derechas de toda la vida, y de "esteladas vermellas", que son las que llevan una estrella roja sobre un triángulo amarillo, que agita la burguesía izquierdosa finísima y los charnegos vergonzantes, que aún hay clases. De fondo, de vez en cuando, se arrancan las notas líricas y apasionadas de "Els Segadors", que acabó convirtiéndose en el himno de Cataluña y que allí todo el mundo sabe cantar, como todos los beodos de España conocen nuestro "Asturias, patria querida".

La cosa está por aquellas tierras mediterráneas muy animosa y exaltada de patriotismo chico, que alcanza hasta a los exquisitos y acomodados espectadores del teatro del Liceo, en plena Rambla de Barcelona y de gusto tan modernista. Se representaba la ópera bufa "Il viaggio a Reims", de Rossini, que compuso para la coronación del rey francés Carlos X y que se caracteriza por exigir un repertorio de catorce solistas. Antes del comienzo de la última función, parte del público comenzó a gritar: "votarem!", que debe leerse "¡vutarem!". En un momento determinado se levantaron y los caballeros se ajustaron el esmoquin, la pechera plisada, el fajín y la pajarita, en tanto que las damas se retocaban su peinado enlacado y los pliegues de sus glamurosos y sofisticados vestidos de cóctel. En el teatro comenzó a entonarse a coro "Els segadors", a modo de un preludio del que la ópera de Rossini carece. Se olvidaron del "seny", que es la templanza, la moderación y el sentido común que se presume que forma parte del espíritu del pueblo catalán. Resonó con "rauxa", que es el arrebato, tan extraño en aquel templo de lo delicado, el estribillo: "Bon cop de falç! Bon cop de falç, defensors de la terra! Bon colp de falç!".

"Els Segadors", es una versión arreglada por Francesc Alió a finales del siglo XIX, con un texto de Emili Guanyavents, acomodado al nacionalismo romántico tardío, de una canción antigua nacida de la sublevación de los segadores en 1640, que en el Corpus Sangriento cortaron con sus hoces unas cuantas cabezas de señalados catalanes y que acabó como el rosario de la aurora, con Cataluña en las manos francesas del cardenal Richelieu, que durante un decenio les sacó hasta los entresijos. Quién iba a decir que los pudientes amantes de la ópera apelaran ahora a aquella rústica hozada.

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