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Vita brevis

Los catalanes de la Selección

Piqué, una excusa para hablar del mal recuerdo que tienen de Cataluña en tierras balcánicas

Ya va siendo un clásico que, cada vez que sale Gerard Piqué Bernabéu al campo o toca un balón cuando juega con la Selección Española, las turbas futbolísticas le piten. La verdad es que este mocetón es un poco ligero de lengua y, como ya se sabe, por la boca muere el pez. Siempre ha habido y hay otros futbolistas catalanes que han jugado y juegan en la selección nacional. Cabalmente a estos nunca les han alcanzado las iras patrióticas de los aficionados. Es que han sido discretos sobre las venturas y desventuras de su patria chica y, por esa virtud, se les han aplicado las consecuencias de ese otro refrán que dice que en boca cerrada no entran moscas.

En el último partido de la Selección Española contra la de Albania se ha reproducido el pitido de parte de la afición, aunque una mayoría parece que le ha aplaudido, sobremanera después de ser retirado del campo por causa de recibir una tarjeta amarilla y en prevención de que una segunda cartulina supondría dejar al equipo con un jugador menos. Se antoja que es un grandísimo error abuchear a este jugador, no sólo por ser un gran profesional, sino mayormente por ser catalán, especialmente cuando se disputaba un partido contra Albania.

Es comprensible que las masas que acuden a un partido de fútbol no sepan nada de historia y estén muy poco viajadas. Pero existen estamentos que podrían ilustrarlas mínimamente, si es que los titulares de las poltronas que los ocupan supieran algo más que los aficionados, que es mucho suponer. Así las cosas, es evidente que ninguno de las que asistieron al partido sabía lo que es un catalán para un albanés. Si lo hubieran sabido, el estadio en masa y al unísono hubiera gritado con furia, cuando salió Piqué a la cancha y cada vez que tocaba el balón: ¡catalán, catalán!

Para los albaneses, un catalán es un hombre feo y malvado y, en su folclore popular, se designa con ese nombre a un herrero monstruoso con un solo ojo, con piernas largas como mástiles de un barco pero sin rodillas, por lo que no puede agacharse, que se alimenta de carne humana. Esa representación terrorífica de los catalanes se encuentra también en Grecia o en Bulgaria, donde todavía hoy se insulta diciendo: ¡Eres un catalán! La cosa llega hasta el punto de que, hasta el año 2000, los catalanes tenían prohibido entrar en los Establecimiento Imperiales de la Montaña Sagrada, que es esa península montañosa al norte de Grecia, que constituye una comunidad autónoma de monasterios de monjes ortodoxos, más conocida como Monte Athos.

La cosa viene de muy antiguo. Recordando algo de cuando se estudiaba historia, toda esta inquina a los catalanes en la zona de los Balcanes viene de los almogávares de la Corona de Aragón, que se pusieron a las órdenes mercenarias del emperador de Bizancio a comienzos del siglo XIV para hacer frente a los turcos. Estos sujetos eran unos montañeses rudos, procedentes de Aragón, Valencia y mayoritariamente de Cataluña, aunque también los había hasta de Asturias. Eran unas tropas ligeras de barbudos sucios y malolientes, que vestían un camisón corto y unas calzas de cuero y albercas, se ceñían con un grueso cinturón del que colgaba un alfanje, y blandían un chuzo, que ante el enemigo batían contra el suelo hasta que salieran chispas, gritando: ¡Aur, aur; desperta ferro, desperta ferro; matem, matem! ¡Escucha, escucha; despierta hierro, despierta hierro; matemos, matemos! Como para no cagarse de miedo.

Cuando los bizantinos asesinaron a traición a Roger de Flor, adalid de los almogávares, estos se lanzaron a un saqueo general durante dos años, que aterrorizó a los balcánicos en lo que se llamó la venganza catalana. Qué mejor que recordarlo.

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