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Abogado

Carta a los Reyes Magos de Oriente

Queridas Majestades:

Siento una profunda pena por el hombre de nuestros días, ha cambiado el desarrollo de su espíritu por el apego a la materia, la práctica del amor por el egoísmo exacerbado, el ejercicio del bien por la ruin mezquindad y la inclinación morbosa al mal. Es inútil decirle las cosas que merecen la pena e indicarle dónde se hallan las fuentes de la divina verdad: no hay peor sordo que aquel que no quiere oír. Cuando la mente está llena de preocupaciones, vicios, pensamientos negativos, tendencias desordenadas y caprichos insatisfechos, las palabras que curan quedan en el olvido y las buenas intenciones se oscurecen y pasan desapercibidas, como el sol cuando se pone.

El mundo está rebosante de dolor. Los que más tienen poco les importa la vida y el bien de los más necesitados. Algunas veces, para limpiar su enfermiza conciencia, hacen obras de caridad, crean fundaciones filantrópicas, ayudas internacionales y aparentan ser líderes notorios de las preocupaciones ajenas, donando cantidades ingentes para despertar entusiasmo, figurar y desgravar. Pero, en el fondo, les importa un bledo la suerte del planeta, la muerte inocente de millones de niños, que sí podrían evitar, y gracias a sus negocios prohibidos de venta de armas, tráfico de drogas, guerras encubiertas y apoyos de gobernantes todopoderosos y corruptos amplían hasta las heces su imperio individual.

Mientras exista un solo niño que sufra la especie humana está condenada a su pronta extinción. No tenemos el más mínimo derecho a proclamarnos seres humanos si no impedimos el mal, no luchamos contra la injusticia, nos desentendemos de los sufrimientos ajenos y sólo nos ocupamos de acrecentar nuestras cuentas corrientes, el patrimonio inmobiliario y el ansia de acaparar más. La falta de sensibilidad es uno de los peores cánceres del hombre moderno, empeñado en ser una víctima propiciatoria de sí mismo, un esclavo de máquinas que él mismo crea y le provocan un aborregamiento que ha alcanzado cotas impensables. El mundo no se destruirá por los pecados ni por los vicios, sino por la ignorancia, la tontería universal y la falta de sentimientos eternos.

Cuando el alma se oscurece, Dios sale del corazón, el amor tiene precio y la visión transcendente se desconoce las posibilidades de ser feliz, vivir sin miedo y ser una persona como Dios manda se reducen al nadir. Pocos son, cada vez menos, los que se sacrifican por sus seres queridos, respetan a sus padres mayores, crían a sus hijos con cariño y debida educación. Los principios morales, las enseñanzas valiosas de todas las épocas, los valores espirituales que desde el comienzo de los tiempos fueron seguidos para evitar tragedias descomunales y sangrientas relaciones entre los hombres están en desuso, en franca agonía.

Cuanto más gobiernan las fuerzas oscuras más pierde el ser humano su tendencia natural hacia la bondad. La muerte de niños no nacidos es una plaga terrible para la humanidad, como lo es el asesinato encubierto de mayores indefensos en estado de larga enfermedad. Hemos creado un mundo monstruoso de falsos dogmas y envidias estrepitosas donde solo prima el capital, el lujo, la tontería y poco más.

Mientras millones de seres inocentes se mueren de hambre, padecen enfermedades que los ricos del planeta podrían impedir, decenas de millones, ciudadanos del primer mundo se ufanan satisfechos exhibiendo su alto nivel de calidad. El mundo está loco, ha perdido completamente la razón y lo que es peor, no tiene solución porque cree que está en lo cierto. El que vive bien tiene miedo a morir por temor a perderlo todo. Cuando el alma se encadena a los bienes terrenales pierde su sustancia y su pasaporte a la eternidad.

Sólo os pido que los niños crezcan con el sabor de la mirad puesta en el cielo, que los hombres adultos regresen al santo hogar de la moral, la pureza y la sencillez y que los más mayores, antes llamados viejos, vivan tranquilos y felices, sin sentirse desarraigados y traicionados por el capricho del vil metal de quienes amaron y sirvieron. Que Dios os acompañe en vuestro viaje hacia las estrellas.

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