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Abogado

Lo que viene

La arrogancia municipal sobre las ataduras de Montoro y otros desastres

Hace un mes y pico dijimos que acabábamos de despedir el año, cuando la realidad es que son los años los que nos largan. Así somos de arrogantes y presuntuosos con ese acaecer astronómico, como si, acaso, pudiéramos intervenir en ese devenir. Con aquel que finalizó somos muy valientes, dar pormenores y toda clase de detalles, incluso los hay que, ahora, lo hubieran mejorado. Del nuevo nada podemos contar, salvo nuestros deseos. Ahí van los míos, los peores.

Mis perores deseos para los monarcas municipales, esos que se reunieron el sábado 30 de diciembre en la villa. Lo hicieron para quejarse, decían eso de que "el mayor problema de los municipios es Montoro; no nos deja devolver a los ciudadanos los impuestos que pagan". La verdad es que esta gente es muy soberbia, ¿acaso piensan que no tenemos formación ni criterio?, que no entendemos que las autoridades económicas del Gobierno lo que desean es evitar el exceso de endeudamiento, que el mayor problema de los municipios son ellos mismos, gentes que entienden que la mejor inversión es la que más votos les pueda rendir en las próximas elecciones. Que a los ciudadanos no hay nada que devolverles, lo único que hay que hacer es no quitarles.

Y en Avilés tenemos ejemplos: el Niemeyer, que ninguna inversión ha traído -por cierto, ¿pagan tasas portuarias los cruceros?, ¿se subvencionan?, ¿quién?-; la chorrada de salvar la marquesina en la obra de Santa Apolonia; el anuncio de convertir el Palacio de Maqua en un "nuevo Centro de Servicios de las Empresas se piensa para las profesiones liberales, como abogados, economistas o consultores, y el trabajo compartido" -así las declaraciones de un genio concejal, un gasto de no menos de 400.000-, cuando la villa se encuentra saturada de tales servicios.

Otro de mis deseos es para la banca, los bancarios y los banqueros. Años robándonos, estafando, vendiéndonos productos financieros más que tóxicos, hipotecas con cláusulas suelo a seis metros de altura, con índices que raramente bajan, como el IRPH, y ahora nos tratan como ganado esperando a ser atendido en las oficinas, obligando a gentes que ven mal, que oyen menos y que salen lo justo de su casa a enfrentarse a un cajero en medio de la calle. ¡Qué poca vergüenza!

El de la energía verde que tanto vemos por los medios de comunicación, como la Administración y la sociedad en general permiten esos anuncios que nos engañan, nos mienten y tantos creen. Nadie puede certificar, aunque nuestro Estado sí lo hace, que la energía que un usuario contrata proviene de una generación renovable y no dependiente del petróleo, gas o carbón, pues toda la producción de electricidad pasa a la red de distribución, miles de kilómetros de cable, resultando imposible que el flujo energético que llegue al consumidor sea de tal color. Pasen por Aboño, por su ría, ya verán qué color tiene la electricidad, y que no falte.

Seguro que el lector tiene sus deseos. Anímese, igual se cumplen.

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