Las tormentas mediáticas con las que cada día nos ofrecen ya desde el desayuno, la prensa, la radio y la televisión, son una muestra incontestable del desastre político en nos han sumido a los españoles los intereses espurios de los partidos políticos, cuya conducta dista mucho de la función humana de ayuda y soporte de la sociedad para la que fueron concebidos.

La Política (así, con mayúscula) es, sin duda, la ocupación más noble y digna a la que el hombre se puede dedicar, porque ella representa una auténtica vocación -igual que la religiosa- y, por ello conlleva el entregarse a trabajar intensamente por el bienestar de todos los ciudadanos, a perseguir objetivos que logren lo más conveniente para todas las clases sociales y, en la medida de lo posible, a lograr satisfacer las ambiciones justas de quienes desde el plano social intentan mejorar tanto su situación personal, como emprender otras actividades, negocios, industrias y trabajos que al cabo no es hacer otra cosa que crear riqueza, cuyo justo reparto es quizás la función más importante del Estado.

Esto es bien sabido de todos, pero para que se cumplieran estas justas consideraciones harían falta unas dosis de educación, competencia, entrega y desinterés de cuantos dicen sentir vocación política que en España, por desgracia, se dan en muy escasa medida.

Si empezamos por hacer una consideración sobre la educación, observamos en una buena parte de nuestros políticos una incompetencia tal que en cualquier empresa serían rechazados, y no digamos en una profesión que requiere superar unas oposiciones, a veces tan duras, que candidatos muy bien preparados tardan varios años en aprobar.

El tema de la educación también atañe a las buenas maneras, a la cortesía y a la tolerancia con el discrepante, cosa que en nuestros órganos representativos, ya sean municipales, autonómicos o en el propio Parlamento nacional, el insulto, la descalificación y el considerar enemigo mortal al que milita en el partido contrario, no hace más que sembrar el odio entre los ciudadanos, que ven como sus representantes se pelean y, además lo hacen por el interés de sus partidos, utilizando ese rencor feroz para radicalizar a sus votantes y conseguir, como sea, ganar las próximas elecciones, y no para mejorar a España, sino por los propios intereses personales, a veces inconfesables.

Y, finalmente, no quiero dejar de hacer una breve mención al tema de la corrupción, porque ello nos ocuparía un inmenso espacio y hasta causa vergüenza hablar de este estigma que pesa sobre otro buen número de políticos que no se merecen en absoluto el puesto que ocupan.

No quiero decir, ni mucho menos, que no existan hombres íntegros y honrados dedicados a la política, porque los hay y en muy buena medida, pero lo que más trasciende es lo negativo y ello hace que el ciudadano se sienta desencantado, porque no ve que desde las altas instancias del Estado se cumplan a rajatabla ni las promesas electorales, ni las justas sanciones a los infractores.

Y no me refiero solamente al tema económico, sino también al puramente político donde la conducta de ciertos partidos nacionalistas es puro delito y los insultos improcedentes se califican de libertad de expresión.

Todo este panorama nos debe de preocupar seriamente porque los españoles somos las víctimas de una situación que estamos manteniendo con nuestros votos y nuestro dinero y pueden surgir (de hecho ya se están preparando) los salvapatrias populistas, que prometiéndonos la liberación, nos lleven a una situación más indeseable que la actual.

Ejemplos no faltan...