El otro día en el auditorio pude comprobar que, durante alguna de las actuaciones, había más luces en el patio de butacas que en el escenario. Era una versión siglo XXI del modo "We are the world". En aquel famoso concierto en el que las estrellas de la canción norteamericana hacían gorgoritos por los niños de África había cientos de mecheros encendidos. En el auditorio eran móviles. En cualquier concierto al que vayamos habrá siempre esta luminotecnia.
Los mecheros de la era predigital eran, podría decirse, rituales. Sustituían los cirios de las antiguas ceremonias por la piedra y el gas. Hoy eso es imposible, por dos motivos. El primero, que la gente ya no fuma en los conciertos. No dejan. El segundo, que el rito y la magia del momento nos importan un carajo. La mayoría de la gente, cuando va a los conciertos, quiere dejar constancia de que ha estado. Además, y esto es lo peor, esa constatación ha de ser inmediata. El otro día me llamó la atención no que la gente grabase las actuaciones, sino que se apresurase a mandarlas a sabe Dios quién. Lo importante, en este caso, es la inmediatez. Decirle a alguien "mira dónde estoy". Contar que has estado en un sitio ya no tiene gracia. O lo dices en el momento o no lo dices.
Yo entiendo que si estás en un grupo de whatsapp y tienes a tres o cuatro amigos currando en ese momento puedas perder un minuto grabando un concierto para mandárselo y que se caguen de envidia. Pero lo de ir más allá se me escapa. Lo de estar grabando todo el tiempo. Cada canción que te guste. Hablo de perder un minuto y no de emplearlo, porque creo que mientras estás grabando, en realidad, estás perdiendo de verlo en vivo, estás poniendo una pantalla entre el artista y el público. Y después, cuando lo ves en casa o en la calle, lo que tienes es un simple testimonio, porque se va a oír de pena y la imagen seguro que estará borrosa o movida. Pero en fin. Son gustos. Yo prefiero estar a decir que he estado.
