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El termómetro

Fidelizar con sinergias

Es como cuando no te gusta una actriz que a todo el mundo le gusta porque lo tiene todo: es guapa, tiene buen cuerpo, una voz cálida, etcétera. Ves todas sus virtudes pero tiene algo que no te gusta y no sabes qué es, y los demás te llaman raruno.

Pues eso mismo me pasa con algunas palabras. Están detrás de conceptos válidos que deberían moverme a aceptarlas pero, no sé por qué, me suenan como una patada en las pelotas.

Una de ellas es "fidelizar". La idea es buena: se trata de hacer todo lo posible para que tus clientes y empleados te sean fieles. Nada que objetar.

La otra es "sinergia". En este caso, el concepto es muy bueno también: dos o más personas, entidades, agentes o lo que sea hacen algo cuyo resultado es mejor que la suma de sus acciones individuales. Completamente defendible.

¿Por qué, entonces, no me gustan esas palabras? Aunque no lo podría asegurar al cien por cien, porque a veces las fobias obedecen a razones insondables, tengo para mi que es porque están inmersas en la retórica empresarial.

En el caso de fidelizar, se trata de un concepto exclusivamente empresarial. No se fideliza en otros ámbitos. En el ámbito privado la cosa es más complicada. No puedes fidelizar a una esposa ni a un amigo. Hay un compromiso previo -tácito o no- que se presupone, por más que después pueda romperse. En la empresa, en cambio, hay que renovar siempre la fidelidad. Nunca se da por hecha.

En cuanto a la sinergia, la hay en todos los ámbitos, y de hecho creo que parte de la biología, pero la empresa (y la política, que es casi peor) la ha hecho suya.

¿Y? ¿Qué pasa porque la empresa utilice palabras adecuadas? No sé qué decir. Solo se que entre anglicismos forzados, terminología pedante y buenismo mal entendido, la retórica empresarial se ha convertido -con permiso del omnipresente "persigue tus sueños" de los concursos de la tele- en la más cansina, vacía y cargante de las invasiones que ha sufrido el idioma hasta la fecha.

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