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Mil palabras para una imagen

¿Usted qué opina?

La polémica de la reforma de la plaza Les Campes en Pola de Siero

Deberíamos ser conscientes todos los días de por qué discutimos. No el porqué de nuestras discusiones, sino el sobre qué. En Siero, en Llanera, en todos los concejos cercanos salen noticias de discusiones vecinales que deberían hacernos reflexionar. Y, lejos de provocarnos tristeza, deberían hacernos dar saltos de alegría. Porque si nuestra preocupación en la vida es que se celebre o no una fiesta o que una figura etnográfica esté colocada en uno u otro sitio eso significa que lo importante lo tenemos bien cubierto. Podría ser que discutiéramos sobre esas cosas para desviar la atención sobre nuestros problemas, pero yo no lo veo tan claro. Yo creo, al contrario, que casi todos tenemos cubierto lo básico. Incluso "con la que está cayendo" (esta ha sido la cima de las frases hechas requetesobadas de mi museo particular de los horrores del lugar común) casi todos tenemos lo básico. Y a los que no lo tienen, me temo, no les da para meterse en berenjenales dialécticos con sus vecinos.

Supongo que lo que nos ha llevado hasta aquí ha sido un error bastante fácil de explicar pero no por ello defendible: el de exacerbar el valor de la opinión. Aunque este no es el mejor lugar para decirlo -precisamente, un artículo de opinión- creo le hemos dado tanto valor al derecho a opinar que ha pasado por encima de otros quizá más defendibles. El problema no es tanto el derecho a opinar como la equiparación de las opiniones. Un ciudadano, un voto. Un ciudadano, una opinión. Todas valen lo mismo. Es así y quizá esté bien que lo sea, porque no podemos poner a nadie por encima de nadie, pero a mí me da repelús, no lo puedo evitar.

Quizá sea el precio de la democracia ("El peor sistema de gobierno con excepción de todos los demás", Churchill dixit). Así como el mundo está lleno de sinvergüenzas con derecho a voto, también lo está el mundo de la opinión. Y si sigo por ahí habrá quien me empiece a llamar elitista, esnob y todo eso, y no sé si tendrán razón. Nunca olvidaré el día que entré en un chigre, cuando Fernando Alonso empezaba a ganar carreras, y escuché la conversación de cuatro o cinco personas sobre la carrera, pero no de cualquier manera sino en plan técnico: que si la parada en boxes, los neumáticos, etcétera. Me hizo muchísima gracia que hubieran aparecido tantos expertos de la noche a la mañana. Diez años atrás, tan solo conocía a tres personas aficionadas a la Fórmula 1. Tres tíos contados que para nosotros, todos los demás, eran bichos raros. (Hoy el bicho raro soy yo, que sigue sin gustarme el motor, pero esa es otra historia). Estas tres personas eran, ya digo, muy aficionadas, y sabían mucho del tema porque lo llevaban trabajando años y años. Y yo los oía opinar menos que a los del chigre. Bastante menos. La cuestión no es que a los del chigre les gustara de repente la Fórmula 1. Eso está bien, añades una nueva afición al omnipresente fútbol y eso que ganas. La cuestión es que, de repente, todo el mundo opinaba. Nadie tenía ni zorra idea, me temo, pero todo el mundo opinaba.

Otro ejemplo de opinión sin fundamento (o con fundamento, quizá, erróneo), fue la reforma de la Plaza de Les Campes de la Pola. Hasta que se hizo a principios de la década pasada, era un cutrerío. Estaba descuidada, sin vida, con un aparcamiento para camiones en el centro. La fotografía que ilustra este texto deja bien claro cómo está ahora. Pues bien, mucha gente de la que protestó entonces estaba convencida de que la reforma acabaría con la plaza. Que sería su muerte, cuando, al final, fue su resurrección, y muchos de los chigres que hay en ella deben su éxito (con permiso del buen hacer de la gente que los lleva) a su ubicación. ¿Qué pasó, entonces? Que todo el mundo opinó, pero muchos opinaron sin conocer aquello sobre lo que opinaban.

¿Qué hacer entonces? Llegados a este punto, mi respuesta es la de siempre: no tengo ni idea. Y, pensándolo bien, así debe ser. Esto no es más que una opinión a la que no hay que dar mayor importancia. Ni mejor ni peor que la de nadie. Una persona, un voto. Una persona, una opinión. Amén.

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