En todo discurso hay un qué y un cómo. Por desgracia, nosotros seguimos centrándonos en el qué y descuidando el cómo. Seguimos trabajando el fondo y obviando la forma. Aunque empieza a haber una tímida vocación de cambio, el sistema educativo sigue centrándose mucho más en el conocimiento que en la forma de transmitirlo, cuando el mundo ahora vive de todo lo contrario. Los que mandan en todas partes son los que mejor saben vestir lo que dicen o lo que hacen. Los que producen información eficaz y la transmiten a través de los canales adecuados mandan sobre quienes no producen ni transmiten nada decente.

Pienso en todo esto tras haber hablado y visto por la tele a Clavelina García, la vecina de la Pola que recogió más de cinco mil firmas para tratar de cambiar la ley hipotecaria. En un suspiro, Clavelina ha dado el salto a la audiencia de toda España.

Un salto que muchos que quieren dar no consiguen ni queriendo. ¿Por qué? La mayoría de la gente dirá que porque lo que dice tiene mucho sentido, porque es sensato: que la ley hipotecaria le da a Asturias una franca desventaja frente a otras comunidades en las que no es tan gravosa, que no afecta solo a los ricos sino también a mucha gente de clase media que ahorró toda la vida para tener un piso, etcétera.

Esta manera de ver las cosas convence a mucha gente, y además quien la transmite tiene más de ochenta años y todavía está en la lucha, y eso también le da un plus, es cierto, pero no creo que esa sea la razón por la que Clavelina triunfa. Para mí, lo más importante es que delante de ese fondo hay una forma: Clavelina se expresa extraordinariamente bien, habla a cámara como si llevara toda la vida haciéndolo y tiene una oratoria muy pero que muy convincente. Clavelina tiene el mérito de que nos gana por goleada en la forma y en el fondo.