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Mil palabras para una imagen

Cuando decides hacer lo que te da la gana

Sobre la confusión de los tiempos a partir de unos restos de basura en la piscina municipal de la Pola

El mundo se ha vuelto un lugar confuso, si alguna vez no lo fue. Y polarizado. Muy polarizado. No entre los militantes de derechas y los de izquierdas, o los forofos del Barça y del Madrid. Esa polaridad es un poco de mentira, porque los unos sin los otros no son nada.

Yo me refiero, más que a la mentalidad o a las ideas, a lo que cada uno hace con su día a día. El caso que nos ocupa, los restos de basura que la gente deja en cualquier parte sin despeinarse -la imagen corresponde a la piscina de la Pola hace dos días- es un buen ejemplo de ello. Los colegios hacen talleres de reciclaje, los niños oyen charlas, son sujetos de campañas de concienciación y se convencen de que hay que cuidar el planeta. Hasta que llega un día en el que a la mitad de esos niños se les olvida todo y deciden que mola más hacer lo que a uno le salga de las pelotas. Y si no me apetece tirar un papel a la papelera, no lo tiro. Punto. Porque esa es mi libertad. Esa es mi rebeldía. Nadie me dice lo que tengo que hacer.

La otra mitad, en cambio, lo ve de otra manera. Se siente responsable de su entorno y considera que cuidarlo es mucho mejor que estropearlo, y que la libertad no tiene nada que ver con eso. Se saben libres de elegir entre tirar la basura y recogerla. Y la recogen. Y también piensan en quien tiene que limpiar después. Y hay quien, incluso, va a más. Quien considera que cuidar el entorno es un acto de libertad mucho más genuino, incluso un acto de rebeldía contra el imperio de los beneficios, donde el rendimiento prima sobre el respeto a la naturaleza. Es ahí donde nacen la producción ecológica, el consumo responsable, el comercio justo y todas esas maneras de hacer todavía minoritarias.

El sistema -digo esta palabra porque, si no, no sé a quién echarle la culpa- se las ha arreglado para convencer a un puñado enorme de gente de que ser libre es hacer lo que a uno le dé la gana. Pero casi siempre coincide, no sé por qué, que lo que tiene ganas de hacer la mayoría es lo que más le conviene al sistema. Lo más paradigmático son los anuncios de coches. Son gloriosos. En los doscientosmil atascos que hay en España se pueden ver, parados uno tras otro, todos esos coches cuyos fabricantes vendieron como un instrumento de libertad, como un vehículo hecho para que dejes los caminos trillados y busques tu propio ser.

Quizá no haya que ir tan lejos por unas pocas bolsas de chuches tiradas en el prado de una piscina. No lo sé. El caso es que el mundo se nos va de las manos. Hemos consentido -el que no lo haya hecho que se chupe un codo- que nuestros hijos se conviertan en consumidores de comida y bebida basura, y algunos no logramos siquiera que tiren a la papelera los envoltorios de esa comida.

Por eso nunca me meteré con esos chicos que lo dejan todo hecho un asco. Son hijos de su tiempo. Un tiempo bipolar, en el que es difícil saber a qué atenerse, donde por un lado nos venden libertad, por otro responsabilidad, por otro consumo, por otro civismo y por todas partes nos martillean con mensajes contradictorios. Y digo martillean porque -esa es otra- la cantidad de información que recibimos hoy es tan sumamente abrumadora que mantenerse atento a algo que nos pueda resultar de provecho parece casi un milagro. Visto así, quién se mete con estos gochinos, prubinos ellos.

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