El Rey Felipe VI se ha unido a la conmemoración del centenario del Centro Asturiano de México. Un siglo ha transcurrido desde su fundación. Incontables familias han escrito con sus vidas la historia de la institución. México no es un país fácil. Contemplar su historia en la distancia da testimonio de la riqueza y el vigor de los asturianos. No todos con la misma suerte. En una de las últimas cumbres astur mejicanas en el Archivo de Indianos de Colombres, en el palacete del indiano Iñigo Noriega, aún se contaban tres Rolls Royce con chofer.

Hace unos treinta años, en Oviedo, otro Noriega, José, Pepe para los amigos, de La Franca, se revelaba como un apasionado entusiasta del Centro Asturiano de México a los contertulios de su cafetería "La Gaviota", en la calle Independencia. Noriega narraba historias y nombres, y mostraba libros de las sedes en la capital azteca con tanta pasión como de su querida Ribadedeva. Había disfrutado de aquellas instalaciones en sus años de emigrante. El corazón de Noriega quedó dividido a uno y otro lado del Atlántico. Regresó a Asturias con Pilar, su esposa mexicana. El retorno de la familia Noriega, que ha mantenido con altibajos su relación comercial con México, sufrió un golpe insuperable. De infortunio. La pérdida de su hijo Fernando, adolescente, arrollado por un camión en la carretera de La Franca. Mi reencuentro con Pepe Noriega se produjo en Cabranes, en la residencia de Incós de Rafael Rodríguez Solares, otro asturiano de México, otro mexicano de Asturias. Otra historia para contar de un indiano a la inversas, en palabras de Hugh Thomas.