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Velando el fuego

Puertas

Los escenarios inesperados a los que, en ocasiones, lleva el laberinto de caminos de la vida

Aunque parezca lo contrario, abrir una puerta no es una tarea fácil. Y no me refiero a una de esas puertas macizas, con bisagras invisibles, ideales para protegerse contra las visitas inesperadas; ni mucho menos a las protegidas con planchas de acero, como las que se usan en las cajas fuertes de algunos bancos para guardar secretos inconfesables. Mi visión va dirigida a esas puertas cotidianas que usamos a diario cuando queremos trasladarnos a alguna pieza de la casa. Por ejemplo, las que dan al comedor o a alguna de las habitaciones, pero que a veces no están en su lugar adecuado. Aunque quizás seamos nosotros quienes en ese momento no estemos colocados en la dirección más conveniente, y, por ello, cuando creemos que vamos a entrar en la cocina nos encontramos en el cuarto de baño o en el trastero, pongo por caso. Una sorpresa que, como es lógico, nos descoloca de momento y nos obliga a pensar si el orden que tiene el mundo guarda algún parentesco con el retrato que nos habíamos hecho de él, o si más bien se trata de que cualquier semejanza con la realidad no es más que pura coincidencia.

Algo parecido me sucedió a mí el otro día al abrir una puerta que daba a una de las páginas de este diario, pues me di de bruces con una avilesina que es la primera boxeadora asturiana que competirá a nivel profesional. Se trata de una púgil de 25 años que ha sido ya dos veces campeona de España en la categoría amateur y que pretende "dar un salto" en su carrera. Durante unos momentos pensé que me había despistado, que había abierto la puerta del armario en lugar de la de la salita, pero no, allí seguía la avilesina que, además, es madre de una niña de 7 años que la acompaña siempre a los combates. Me froté los ojos e intenté salir de ese hueco imprevisto, de ese recodo en el que la fuerza de los guantes no guarda mucha relación, precisamente, con la fuerza de la razón; pero a los pocos segundos me encontré con otro pasillo inesperado: un ganadero de La Quinta no perdía la ocasión de echar un capote que nos desvelaba el alma de la controvertida fiesta taurina. De modo que esculpió una frase digna de figurar en las mejores antologías del género: "El toro de lidia no tiene el sufrimiento que la gente cree; el toro combate, no sufre". Ahí es nada su sentencia sobre los sentimientos de los astados.

Confieso que las veces en las que me extravío, y que por cierto cada día me resultan más frecuentes -el paro y la corrupción, entre otras, son algunas de las estancias laberínticas por las que me pierdo a diario-, fantaseo con la imagen de un mundo en donde no haya puertas ni ventanas, abierto por completo al exterior, y donde todos podamos contemplar lo que sucede en la calle. Pero pronto me queda la duda de si es mejor asomar la nariz a través de ese cristal transparente o, por el contrario, vale más atrincherarse en el interior de cada cual, cerrar los ojos y perder por completo la noción de eso que se ha dado en denominar la realidad.

Eso sí, cuando al anochecer vuelvo a casa, miro siempre antes por todas las habitaciones. En la realidad, o en la fantasía, cual término podría servir para la ocasión, no sé bien a qué tengo más miedo. Si a encontrarme con algún ladrón que ande husmeando en el interior de mis cajones o a tropezar con un armario que antes estaba apoyado en otra pared distinta. En todo caso, me resulta difícil dormirme. Y cuando lo consigo, sueño siempre con puertas que vagan de un lugar a otro intentando, inútilmente, encontrar su sitio. En fin.

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