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Tikal-Carrio

Las sensaciones vividas en una visita a lo más profundo del pozo lavianés, una experiencia única

Nunca olvidaré la impresión que me produjo la visión de las cúspides de las pirámides de Tikal, sobresaliendo de la línea frondosa de la selva del Petén, en Guatemala. La imagen que tantas veces había contemplado en una vieja enciclopedia de historia del arte, se ofrecía ante mis ojos en toda su plenitud y ambientada con los sonidos, olores y sensaciones propias de la selva tropical. El calor intenso, la sensación de humedad, los gigantescos diámetros de los troncos de los árboles y los exóticos pizotes fueron detalles que se colaron para siempre entre mis recuerdos viajeros.

Durante mucho tiempo, idealicé las experiencias viajeras en territorios lejanos. De tanto leer e imaginar, diseñé en mi imaginación un recorrido turístico que, por fuerza, debe tener en Egipto, su inicio, y en Grecia y Roma, su continuación. Al igual que evito entrar en museos y catedrales cuando tengo poco tiempo, por no romper el hechizo que sé me va a producir una visita sosegada, fui posponiendo los viajes a las tierras de las antiguas civilizaciones que fueron nuestra cuna. E. M. Forster, Javier Reverte y John Fowles son responsables y les estaré eternamente agradecida por ello.

Pero puedo presumir de conocer bastante bien España, cuya reserva patrimonial es inagotable. Me encantan, de forma especial, las catedrales. Me impresionan sus dimensiones, admiro la capacidad inventiva de sus arquitectos y la valentía de los trabajadores de la época, que con escasos medios y recursos fueron construyendo lo que hoy sigue siendo una de las señas de identidad de nuestras ciudades. Y, al igual que me sucedió en las pirámides de la selva del Petén, fui capaz de vivir otra experiencia sublime ante el altar mayor de la catedral vieja de Salamanca, que se convirtió en uno de los lugares mágicos de mi vida, que visito siempre que tengo ocasión pues me aporta mucha energía.

La catedral de Oviedo, más sencilla que la de Salamanca, también me produce intensas emociones. Encuentro un gran encanto en el cementerio de los peregrinos y soy capaz de percibir sensaciones de magia y espiritualidad en la Cámara Santa. Mi experiencia más impactante sucedió en las propias tripas de la catedral, en el interior de las cubiertas de las naves laterales. Acompañada del mejor guía que nadie puede tener: Chema Hevia, deán de la catedral, quien con su inagotable sabiduría saltaba de viga en viga dejándonos sin resuello, hasta que nos condujo al que para mí fue un sueño durante mucho tiempo inalcanzable: el recorrido por la galería superior, desde la que se tiene una perspectiva extraordinaria y que, como es lógico, tiene un acceso restringido.

Sin embargo, debo reconocer que la visita más profunda e intensa de mi vida, tuvo lugar en un destino muy cercano. Fue hace dos años y precisamente, en el día de mi santo. A primera hora de la mañana, fui citada en las oficinas del Pozu Carrio, en el concejo de Laviana, y acompañada por el ingeniero, un picador y dos compañeros de visita, bajamos hasta el rincón más profundo de la mina. No exagero si escribo que desde el momento en el que me vestí con las ropas de faena, coloqué el casco en mi cabeza, escuché las instrucciones de seguridad y fui consciente de que iba a bajar a muchos metros de profundidad, me sentí protagonista de una película... Cuando bajaba en el trenecillo que cada día transporta a los mineros por el interior de la mina, recordé las imágenes de "En busca del arca perdida" y me sentí tan aventurera e intrépida como Indiana Jones.

Mucho se ha escrito y hablado sobre el estridente ruido de la sirena y el impactante sonido de la jaula cuando cierra sus puertas para bajar al pozo. Qué más se puede decir sobre la oscuridad, la claustrofobia, la presión del aire y sobre todo, el intenso esfuerzo físico que se debe realizar. No voy a cometer la osadía de escribir sobre un mundo, el de la mina, al que me asomé durante una mañana , en la que comencé a entender una parte muy pequeña de la cultura e idiosincrasia de la gente minera, tan alejada y distinta de mi vida. Pero si quiero escribir que esa mañana nublada y un poco fresca del mes de julio de hace dos años, me valió para muchas cosas. Desde entonces, sueño de vez en cuando con la mina. Desde aquel momento, comprendo mejor el estilo de vida de las gentes de la mina. Sobre todo, desde ese día admiro profundamente a hombres y mujeres que cada vez en menor número, en cada jornada bajan a las profundidades de la tierra.

Soy consciente de que viví una experiencia única... y por ello, cuando leo en la prensa noticias sobre la visita que organiza Hunosa al pozu Sotón, aplaudo la iniciativa y animo a todas las personas que tengan la oportunidad, a que participen en ella. Sin embargo, no puedo evitar el sentimiento orgulloso de pensar que yo tuve la suerte de bajar hasta lo más profundo del pozu Carrio y que cuando regresé al vestuario después de la intensa mañana, comprendí por qué la señora encargada de la lavandería se había empeñado en que pusiera los calzoncillos que me tenía preparados con la funda y el casco. El hollín había impregnado hasta el último rincón de mi cuerpo y para siempre, se coló entre el recuerdo de mis vivencias más intensas, junto a las que viví en las ruinas de Tikal, en la selva del Petén, en Guatemala.

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