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Ángeles

Compañeros de habitación inolvidables

Entonces, preocupados, desasosegados, entramos en aquella habitación, con la cama de al lado ocupada por un deficiente que no hacía más que farfullar. En aquel momento sentí que nada podía ya empeorar más. Su salud se agravaba por momentos y, para colmo de males, en aquel cubículo no íbamos a lograr la tranquilidad que le queríamos transmitir.

Qué equivocado estaba. Aquel curioso ser humano, con todas sus limitaciones, que se había fracturado la cadera por perseguir a quien le quitaba el tabaco, al que las auxiliares alimentaban con paciencia y cariño, resultó ser un ángel en aquella habitación. Daniel, creo que se llamaba, destrozó con sus ojillos vivarachos mi primera, injusta y errónea impresión. Y los días que estuvieron juntos, Daniel vigiló que a él no le pasara nada. Y avisaba si tenía que avisar. Y le acompañó. Y se hizo tan imprescindible en el lugar como necesario en nuestros corazones.

Hoy que tanto echo de menos a mi padre, echo de menos también a Daniel, con el que compartimos parte de un viaje inolvidable.

Y Antonio, al que la barriga asomaba por debajo del pijama, despanzurrado sobre la cama y hablando el portugués más cerrado que he oído jamás, a pesar de llevar entre nosotros más de cuarenta años. De nuevo, la tensión, el miedo al camino que estábamos recorriendo y la alteración del estado de ánimo, me llevaron al prejuicio estúpido e injusto. Porque Antonio fue otro ángel en otra habitación de hospital, el hombre humilde que con todo el esfuerzo del mundo sacó a su familia adelante, la persona de firmes convicciones que, desde su cama, no le quitó el ojo de encima, atento siempre a posibles necesidades y complicaciones, el ser humano sencillo pero completo, que va por la vida haciendo el bien sin esperar nada a cambio.

Es curioso, pero en los últimos días de mi padre tuvimos la infinita fortuna de conocer a dos ángeles, Daniel y Antonio, que nos rompieron esquemas y prejuicios, que nos allanaron el tortuoso camino, que nos transmitieron humanidad a raudales, que hoy llenan mis recuerdos y me hacen sentir afortunado. Daniel y Antonio, dos golpes de campana para advertirme de que con las primeras impresiones hay que ser mucho más prudente. Gracias, allá donde estéis. Fue un honor conoceros.

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