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Aquella gran ocasión perdida

Viven estos valles una larga recesión económica y demográfica. Una crisis que, de momento, no tiene visos de mitigarse. Más bien al contrario. En tal sentido, días pasados se informaba en este diario que la pobreza aumentaba en las Cuencas mientras disminuía en el resto de la región. Responsables de Cáritas y de la Cruz Roja vinculan directamente desempleo y pobreza: "No hay industria ni puestos de trabajo, y así es imposible el cambio de tendencia".

También se destaca en este mismo diario que Mieres y Langreo son los únicos municipios, entre los diez más poblados de Asturias, cuyo desempleo es superior a la media nacional. Esto ocurre en dos concejos que han llegado a ser la punta de lanza de la industrialización en España. Y el motor de la economía asturiana durante bastantes años. Municipios que fueron también un ejemplo de las luchas sociales y políticas durante el franquismo. Sin embargo, creo que de nada serviría reivindicar hipotéticas deudas históricas, ya que el presente es el tiempo de la acción y de la elección.

La reconversión de estas Cuencas ha sido un tema recurrente durante las últimos décadas. Abundaron las los programas y las promesas demagógicas que proclamaban un seguro renacimiento económico para estas esquilmadas tierras. Todo ello envuelto muchas veces en una vacua épica histórica, acaso para encubrir incumplimientos y escandalosas corrupciones. A mi juicio, además de lo que pueda deparar el azar de la lucha, lo que necesita son iniciativas empresariales y políticas audaces y pragmáticas. A pesar de todo, las Cuencas es un territorio en el que merece la pena vivir. Por muchas razones.

Haciendo una pirueta histórica, habría que remontarse a la primera Guerra Mundial (1914-1918) para constatar la primera gran oportunidad (fallida) que tuvieron las Cuencas para modernizar, dinamizar o reconvertir su sistema productivo. En general, la neutralidad resultó muy favorable para la economía española. Y resultó especialmente beneficiosa para las empresas mineras y siderúrgicas, dada la creciente demanda de materias primeras por parte de los países contendientes.

Para Langreo, y para las Cuencas, fue un período de un dinamismo económico sin precedentes. La producción de minas y fábricas se multiplicó extraordinariamente. Se llegaron a forzar jornadas laborales de hasta quince horas, con salarios que nunca llegaron a cubrir la fulgurante subida de precios. Las empresas mineras amasaron enormes fortunas en esa etapa.

Según una revista especializada, explotar una mina entonces equivalía a tener una fábrica de moneda. Asimismo hubo patronos y advenedizos que utilizaron los métodos mas fraudulentos par obtener rápidas y fáciles ganancias. Así se llegó a vender polvo de carbón mezclado con tierra de las carreteras: "Polvo de carbón que se convertía en polvo de oro por la magia capitalista".

Gran parte de los beneficios obtenidos en los negocios mineros durante la guerra se invirtieron fuera de las comarcas mineras, con frecuencia en negocios especulativos. O se malgastaron en dispendiosas francachelas. También hubo préstamos (acaso a fondo perdido) a determinados políticos: se avecinaban tiempos turbulentos. Y lo más importante: no se aprovechó esa gran oportunidad para modernizar las vetustas estructuras productivas de las explotaciones mineras más importantes. Así que, tras el período bélico, se desencadenó una profunda crisis, que duró varios años, sumiendo a las clases populares en una pobreza extrema.

En los últimos tiempos, otras crisis afectaron particularmente a las Cuencas con resultados muy lesivos. La Cruz Roja, Cáritas y otras asociaciones humanitarias están asistiendo ahora a muchas familias de las Cuencas especialmente dañadas por la última crisis. Ha transcurrido casi un siglo de aquella primera gran oportunidad perdida.

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