"No hay mal que por bien no venga", afirma el popular refrán español. Y bien lo saben tanto Mariano Rajoy como Artur Mas, que han encontrado en la independencia catalana un respiradero para sus agobios. Agobios distintos, cada uno el suyo. Rajoy, tras la afrenta catalana, se presenta, a poco más de un mes de las elecciones generales, como el guardián de la unidad de España. Si además consigue que nada se vuelva a hablar de la corrupción y la situación económica real, la de la calle, no la de los datos macroeconómicos, debería ir a darle un fuerte abrazo a Mas. El honorable presidente de la Generalitat, valedor de la derecha y el capital catalán, aprieta alocadamente el acelerador por la independencia con comunistas y anticapitalistas, para intentar tapar también las vergüenzas corruptas de la exhonorable familia Pujol, de la que es hijo político. Pero pasarán las elecciones y la Navidad, y volverá la cruda realidad. Aunque ésa será otra historia.
