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Francisco Palacios

Líneas críticas | Velando el fuego

Francisco Palacios

El imperio de la cereza

Analogías entre el valle del Jerte y Japón a través del fruto

Hay fenómenos en los que el mundo de la naturaleza y el de la cultura se confunden irremediablemente. Fenómenos en los que la mano del hombre y las "verduras sagradas" (como llamaba Baudelaire a esa Naturaleza a la vez infernal y divina) forman una mixtura indisoluble. Precisamente, el poeta francés llamaba paraísos artificiales a la amalgama de lo natural y lo cultural.

Pues bien, desde hace unos años busco siempre la forma de contemplar una muestra de esa primorosa asociación. Se trata de la floración de los cerezos que se produce cada primavera en el municipio cacereño de Jerte.

Escribí en otra ocasión que hay evidentes semejanzas morfológicas y paisajísticas entre el valle del Jerte y la comarca del Nalón: lugares plácidos, bellos, accidentados, aunque en el caso de estas cuencas tales características se fueron alterando de forma ostensible tras la revolución industrial.

A propósito, el político progresista Práxedes Mateo Sagasta, ministro y presidente del Gobierno en varias ocasiones, visitó dos veces Langreo en la segunda mitad del siglo XIX. La primera fue en 1860, invitado por su buen amigo Pedro Duro a la inauguración de la fábrica siderúrgica felguerina. Eran los inicios de la industrialización. Cortesías aparte, Sagasta definió entonces el paisaje langreano, y en particular el que rodeaba a Riaño, "como un lugar templado, benéfico y salutífero, no teniendo nada que envidiar a las regiones más ensalzada de Suiza". Ahora, cuando estamos al final de aquel añorado ciclo económico, los intentos de aunar el primor del paisaje y las reliquias histórico-culturales aún no se han plasmado en alternativas turísticas capaces de paliar significativamente el desajuste determinado por el cambio de modelo productivo.

Al Jerte se le conoce como el valle del Gozo. Protegido por las estribaciones de la sierra de Gredos, vigilado por el pico más alto de Extremadura y confinado entre la puerto de Cuernavaca y la histórica Plasencia, es el paso natural entre Castilla a Extremadura. Un espacio ciertamente privilegiado por su belleza y feracidad, donde la cereza es la reina del paisaje. Más de un millón de cerezos se enseñorean de cimas, valles, laderas, terrazas, llanuras, huertos o patios. Todo parece dispuesto para dar vida al monocultivo de ese fruto del Paraíso.

En primavera, durante dos semanas aproximadamente, los cerezos en flor ofrecen un panorama envolvente y bellísimo. El paisaje se asemeja esos días a una infinita alfombra blanca, que dibuja variadas y hermosas líneas, ondulaciones, contornos y contrastes inmaculados. Un fascinante espectáculo. Las cerezas, y sobre todo las picotas, son además el motor económico del valle jertiano: se exportan a buena parte de Europa y son la base de un turismo creciente y de una rica industria transformadora.

Hay también regiones del mundo en las que el cerezo representa un auténtico emblema comunitario. Es el caso de los estériles cerezos floridos de la milenaria mitología japonesa. Cerezos que, a pesar de ser improductivos, no quedan relegados a una simple expresión estética: se han convertido en alegorías de la prosperidad y de la felicidad terrenal. Y su flor efímera, frágil y hermosa, pronto arrastrada por el viento, simboliza asimismo una muerte ideal, separada sin dolor de la breve existencia humana.

En definitiva, Jerte y Japón son ejemplos desiguales del imperio del cerezo. Dos modelos en los que se mezcla la mitología y la tradición, lo pragmático y lo simbólico, el negocio y la leyenda. La naturaleza y la cultura.

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