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Francisco Palacios

El ciclo histórico del carbón

Un repaso por los últimos dos siglos de las comarcas mineras, que buscan un nuevo y mejor destino

Por su pobreza y aislamiento, Asturias estaba considerada como la Siberia del Norte a principios del siglo XVIII. Cien años después, debido a las explotaciones mineras, ya se la definía como la rica California negra. Las inversiones más dinámicas se movían entonces hacia los lugares en los que abundaban los rentables yacimientos carboníferos. "Donde hay carbón, hay de todo", sentenció el sevillano Alejandro María Aguado, banquero de Fernando VII, empresario y promotor de la carretera carbonera.

No hay duda de que el carbón y el acero de las cuencas mineras han desempeñado un papel decisivo en la modernización de la Asturias contemporánea. Y en el desarrollo industrial de España. Asimismo, la industrialización modificó de forma drástica la mentalidad y la pujanza de estas tierras, desbordando su carácter tradicional y rural e integrándolas en la corriente más universal y progresiva de las grandes pueblos industriales.

Por otra parte, el ciclo histórico del carbón sufrió una reforma significativa con la creación de la Comunidad Económica del Carbón y el Acero (CECA), cuyo objetivo era favorecer la libre competencia de ambos sectores. Sin embargo, esta medida supuso un importante quebranto para la carbones españoles, que no estaban en condiciones de competir con los de mejor calidad y precios más bajos que ahora se importan sin apenas restricciones. Los reajustes en la minería desencadenaron las contundentes huelgas de principios de los años sesenta en las que tuvieron un protagonismo de primer orden los mineros de las cuencas hulleras asturianas.

En 1967 nace Hunosa para reorganizar un sector muy deteriorado. Y para frenar en lo posible nuevos conflictos sociales. Pero la empresa estatal no fue la panacea esperada. Los valles mineros ya venían reclamando otras alternativas económicas para paliar la crisis del carbón y el desmantelamiento industrial

En tal sentido, y al cumplirse los diez años de la fundación de Hunosa, el ingeniero de minas Juan Manuel Kindelán, que pertenecía al grupo de economistas del PSOE, escribía un largo artículo titulado "El futuro del carbón asturiano" en el que denunciaba la incongruencia política de los sucesivos gobiernos respecto a esa empresa pública. Sostenía que toda la política realizada hasta el momento lo había sido bajo la coartada de proteger el empleo en las zonas mineras, pero sin poder evitar la injusticia de que numerosos trabajadores tuvieran que perder inevitablemente su empleo en el futuro. Destacaba también que, entre 1970 y 1976, las subvenciones concedidas al carbón producido por Hunosa y las pérdidas de la compañía, compensadas con los presupuestos del Estado, habían superado los treinta mil millones de pesetas cada año. Según Kindelán, de haberse invertido adecuadamente esos millones en industrias ligeras y diversificadas se hubiera podido dar trabajo sobradamente al cien por cien de la plantilla de Hunosa, entonces de unos 24.000 trabajadores: ahora alrededor de 1.500.

Con la integración en la Comunidad Económica Europea, llegaron los multimillonarios fondos mineros, en buena parte dilapidados, y se repitieron las promesas de nuevas actividades industriales para las comarcas mineras. Los resultados son bien conocidos. De momento, y a falta de otras opciones más sólidas, los restos y las reliquias de la minería son el soporte de un sector turístico en ciernes y de futuro incierto.

Han transcurrido casi dos siglos desde la rotunda sentencia de Aguado ("donde hay carbón, hay de todo") y el último y polémico pacto por el carbón. Es decir: desde un esplendoroso auge hasta un declive anunciado. A pesar de todo, la gran dimensión histórica de estas cuencas está esencialmente vinculada al carbón. Por eso siguen siendo las cuencas mineras: ahora en busca de un nuevo y mejor destino.

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