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Dando la lata

Cuidar a la clientela

"Ay fía, no sé pa qué vengo a misa. No me entero de ná. Esti cura paez que habla p'adentro. Igual ye que tien miedo a desgastar los altavoces". "Total, qué más te da, si ya sabes lo que va a decir". "Va muyer, pero entretiene. Pero en esti plan no oigo más que un runrún que me da sueño. Hoy ya eché un par de pigazos y en una de estas voy caer del banco abajo".

Miren que tengo dicho que hay que cuidar a la clientela. Y a los de toda la vida, más. Eso de que las condiciones de la cuenta corriente, el precio del kilovatio o la tarifa plana sean más ventajosos para los de fuera que para los de casa lo llevo francamente mal. Bueno, pues digo yo que la Iglesia también debería cuidar a la feligresía. Y cuando la feligresía tiene una media de edad próxima a la de Matusalén, pues, en fin, o subimos el volumen o la mayoría de parroquianos que asisten a los oficios se quedan a la luna de Valencia.

Porque con los años los oídos se ponen como de madera. Y de poco sirve que uno se esfuerce en convencer a la audiencia de que hay que ser buenos los unos con los otros si resulta que los destinatarios del mensaje están tenientes. Habrá que alzar la voz, darle a la rosca del micrófono o repartir trompetillas. Es como si el Papa Francisco se asomara los domingos al balcón del Vaticano, hablara muy sesudamente pero no se le oyera. Que una cosa es hacerse el sordo y otra, serlo.

Bueno, y me contaron de una parroquia en la que los fieles que quieren comulgar han de subir una escalinata para aproximarse al sacerdote. Porque éste no acostumbra a bajar. Y claro, para la venerable anciana el cumplimiento del sacramento le cuesta tanto como trepar a lo alto de la pirámide del Sol. Y para eso, además de fe hace falta tracción. Y a ciertas edades lo primero se suele mantener, pero lo segundo? Hombre, por Dios -qué bien traído- cuiden a la clientela, que no abunda y la competencia es fuerte.

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