Me aborda en la calle una señora que observo viene un tanto agitada manejando su teléfono móvil, será otra -pienso- que anda a la caza de Pokémon Go. Pues no, simplemente me pregunta por determinada calle, dado que su GPS quedó bloqueado, y si tengo idea del problema, así que le confieso que soy analfabeto tecnológico y le indico la calle, que está a escasos veinte metros.
Ello me da pie a la reflexión de que cada vez estamos más atrapados por los constantes avances tecnológicos y dependemos casi totalmente de ellos, con la perdida de infinidad de cosas, incluidas las relaciones personales.
Las grandes superficies ya te ofrecen que a través del dichoso móvil, previa captura de un código, puedas ir escaneando tus compras y, al final, sin sacarlas del carro las pagas con el mismo sistema o tarjeta. Vamos, que tú te lo guisas y te lo comes. También empleos que se ahorran.
Estoy esperando estos días un "cachivache" procedente de Alemania y que tras varios correos en que me avisan que ya esta presto para salir, me envían código de un localizador por si quiero comprobar vía satélite donde se encuentra en cada momento. Tres breves ejemplos, entre otros muchos.
¡Demasiao pa mi cuerpo! Que diría un castizo o quizá me coge todo un pelín mayor, pero o entras en la rueda, o te quedas desfasado total. Aunque que quieren que les diga, prefiero preguntar por la calle que busco en un sitio desconocido, hacer la compra como siempre o esperar con calma a que el paquete llegue. A la vez de sentir añoranza de cuando todo era una tanto más pausado en nuestro día a día.
Vamos, que suscribo la teoría de la paisanina que cuando le pidieron su opinión sobre la inseminación artificial, sabiamente respondió: "Ay fiu, yo de eses coses no entiendo, pero a mí que me den lo antiguo". Pues con los matices que se quieran, sin negar en absoluto lo positivo que conllevan los avances tecnológicos, la mayoría de las veces estoy totalmente de acuerdo con la paisanina.
