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Desde la Meseta

JK 5022

Inolvidable, y ya han transcurrido ocho años. Aquel avión de Spanair trataba de despegar de una de las pistas del aeropuerto de Barajas, con 162 pasajeros y 10 tripulantes. El avión ya había sufrido algún retraso en su salida, con lo cual ya los técnicos de Spanair lo habían revisado y, para que no diese la lata lo que justificaban sin importancia, el avión podía volar perfectamente. Pero el optimismo o negligencia fue catastrófico, porque el avión apenas pudo levantarse del suelo y con aquella gran cantidad de queroseno, inmediatamente ladeo y su explosión fue irreparable.

Desde mi casa en la Sierra madrileña, al poco tiempo del suceso, ya veía la columna de humo que se había producido con el siniestro. Bomberos y ambulancias se movían a toda prisa por las carreteras limítrofes. Era un desfile que calificaría de mortal. No obstante, tardaron en enterarse de la enorme desgracia, porque desde la Torre de Control tardaron en enterarse del desastre y, por tanto, las medidas tomadas llegaron más tarde de la cuenta.

154 fueron los fallecidos y el resto heridos, algunos de consideración. Por eso hoy, 20 de agosto del presente año 2016, los pocos que lo cuentan más los familiares de los fallecidos, se reúnen para conmemorar tal suceso, tanto en Madrid como en Canarias (destino del avión) y con ánimo constreñido, les recuerdan de aquel terrible acontecer, deseando que estas cosas no vuelvan a suceder. Spanair unos años más tarde, pocos, se disolvió.

Fatal recuerdo para la aviación que de vez en cuando produce estos o similares siniestros. Yo siempre dije que eso de luchar contra la gravedad era una sabia lección contra la naturaleza.

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