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Dando la lata

No me grites

No me gusta Susana Díaz. Me da igual que sea la favorita de la jerarquía socialista mierense -las bases están con Pedro Sánchez. Siempre hubo clases, ya saben-. Y no me gusta por un único motivo: grita muchísimo. Desconozco lo que piensa y lo que dice porque es arrancarse a dar alaridos en los mítines y yo me saturo y dejo de conocer. Y, claro, cambio de canal. Me pasa lo mismo que a los perros con los voladores. Aturullo y busco refugio para mis oídos. ¿Por qué grita esa señora? Una vez me dijo un hombre sabio que a más volumen, menos razones. Y la presidenta de Andalucía parece dispuesta a reventar los sonómetros. Que Pedro Sánchez tampoco lo hace mal, todo sea dicho, y cuanto más eleva la voz más ridículo lo veo. El único que parece más contenido es Patxi López. Lamentablemente, ni en voz baja es capaz de transmitir algo con un mínimo de sustancia. Pero es lo que le pasa a todo el mundo: ponerse a pegar gritos y perder completamente la razón. Fíjense en Pablo Iglesias, por ejemplo, que cuando se comunica con tranquilidad llega incluso a transmitir ideas sensatas, pero es darle el acelerón, subir el tono, atropellarse y soltar majaderías de porrillo. Los grandes líderes mundiales no gritan, salvo Trump. Con esto queda todo dicho. Y desconozco el motivo por el que los asesores y apoyos susanistas no le sugieren que limite el volumen. Quizá sea que en voz baja queda demasiado a la luz la precariedad del contenido. Pero Rajoy lo hace y no le va mal. Dice unas chorradas espectaculares sin molestarse en encubrirlas desgañitándose. Y le funciona. Obama no gritaba. Putin no necesita hacerlo para acojonar al personal. Y los que cortan el bacalao en Europa tampoco gritan. ¿Por qué lo hace usted, señora Díaz? ¿Le aprieta el zapato? ¿Está un tanto "teniente"? ¿O acaso considera que los sordos somos los españoles? Y si, como se intuye, carece de discurso, es casi mejor callarse que atronicarnos. Y lo haré extensivo al resto: si me gritas, no te escucho.

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