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Velando el fuego

Dinamita

La recuperación del hípico de las fiestas de San Pedro, en La Felguera, y los viejos recuerdos

El anuncio del regreso del concurso hípico ha constituido una agradable sorpresa para muchos que, como yo, mantenemos en el recuerdo las tardes de un "Ganzábal" atestado de público a la espera de que el caballo por el que habíamos apostado se impusiera en alguna de las series de boletos color ocre, azul y verde (y si era la triple gemela mucho mejor, pues entonces nuestros bolsillos se verían beneficiados con una cantidad importante).

Y del mismo modo que seríamos capaces de repetir, casi de corrido, las alineaciones de nuestros equipos de fútbol favoritos, también los nombres de los jinetes de entonces continúan perfilándose nítidos en nuestra memoria: la señorita Cendrera, a lomos de "Sirio", o el capitán Valenzuela, Ríu Mora, el capitán Niño? por citar solo a algunos de los primeros que se me cruzan en el recuerdo.

No hace falta insistir en las veces que jaleábamos el salto impecable de nuestro caballo, al que acompañábamos con la imaginación en cada movimiento, o los suspiros de decepción cuando el maldito último obstáculo (ése que tantas veces rompió nuestros sueños) se tornaba en un rehúse o en un estrépito de patas cuando jinete, caballo, setos y empalizadas se confundían en un amasijo. Por no citar el sudor frío o el latigazo en el pecho al comprobar que el crono nos habían gastado una broma pesada: ¿cómo era posible, nos repetíamos incluso en el sueño, que hubiéramos perdido unas buenas pesetas y todo por causa de un par de segundos o quizás menos? De ahí a romper relaciones con el reloj, durante unos días, no había más que un paso.

No seré yo quien discuta si "Dinamita", mi caballo preferido, procedía del linaje de los warmbloods (de sangre templada y de procedencia europea), que están considerados como los mejores de saltos. Al adolescente que era yo entonces, bien poco le podría importar el árbol genealógico del que colgaba un caballo por el que sentía una fuerte fascinación, aderezada, además, por intereses pecuniarios, pues no en balde acostumbraba a imponerse las más de las veces, para alegría de los que nos habíamos acercado a las casetas de apuestas para depositar nuestro dinero en un aval seguro (ver ondear su poderosa musculatura por encima de los obstáculos engrandecía aún más el espectáculo deportivo).

Con alguno de mis amigos, y sobre todo cuando la suerte nos había regalado su sonrisa, al salir del hípico corría a coger sitio en los coches de choque, esa pasión que los jóvenes de todos los tiempos han convertido en una fidelidad inquebrantable. Y aunque pueda parecer extraño, "Dinamita" se sentaba a mi lado y juntos compartíamos volante y freno, y también alguna que otra maniobra arriesgada, tal era la fascinación que aún me embargaba. Hasta el punto de que, en más de una ocasión, pensé en escribir un relato que llevaría por título: "Dinamita en los coches de choque", o un tanto más sofisticado aún: Dinamita en el país de los coches de choque". Un intento que nunca llegué a realizar, no fuera que me hubieran confundido con un miembro de alguna célula terrorista.

Si los mitos son una herencia aún por repartir, agradezcamos a "Dinamita" la cuota que nos sigue legando con su recuerdo. Bienvenido sea de nuevo el hípico. Y a disfrutar todos de nuestras fiestas.

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