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Francisco Palacios

Pasado imperfecto

Francisco Palacios

La firmeza del general Aranguren

La historia de un guardia civil fusilado por ser fiel al régimen republicano

Se dice que las heridas de la memoria se acaban convirtiendo en las cicatrices de la historia. El historiador griego Herodoto escribió que la historia empieza donde termina la memoria. De cualquier modo se tiende a confundir memoria e historia: en España está vigente una ley de la "Memoria histórica", aunque ambos conceptos se contraponen cuando no se utilizan con un mínimo rigor.

Por mucho que se hable de una metafísica memoria colectiva, la memoria es siempre personal, subjetiva, episódica. Nadie puede tener memoria de algo anterior a su propia experiencia vital.

Po su parte, la historia es construcción científica, objetiva, con sus limitaciones. La historia es además obra del conocimiento, no de la memoria.

Pues bien, de estas cuestiones trata fundamentalmente Lorenzo Silva en su reciente obra "Recordarán tu nombre". Un relato novelado, cuyo principal objetivo es rescatar al protagonista de las tinieblas del recuerdo para incorporarlo al copioso caudal de la historia. Silva rememora con pasión la figura de José Aranguren Roldán, general de la Guardia Civil. Y lo hace sobre todo por su insobornable actitud en una infausta coyuntura histórica.

El 19 de julio de 1936, el general Manuel Goded Llopis, compañero de armas en la segunda guerra de Marruecos, jefe del Estado Mayor Central del Ejército en los dos primeros años de la República y ahora jefe también del alzamiento en Barcelona, le exige telefónicamente a Aranguren que se adhiera de inmediato a la causa de los sublevados. A continuación se produjo una muy tensa conversación entre los dos militares. Aranguren, que tenía a su mando unos 3.700 guardias civiles en la capital catalana, se negó a secundar la sublevación. Y a pesar de las graves amenazas de Goded, su respuesta fue contundente: "Si mañana me fusilan, fusilarán a un general que ha hecho honor a su palabra y a sus juramentos militares. Pero si mañana le fusilan a usted, fusilarán a un general que ha faltado a su palabra y a su honor".

Sin duda, el papel de José Aranguren fue determinante para que la insurrección no triunfara en Cataluña. Además su bizarra resistencia tiene aún más valor al ser un general africanista, monárquico y muy religioso.

Por su lealtad al régimen republicano, el 21 de abril de 1939, veinte días después de haber concluido la guerra civil en España, Aranguren era fusilado en Barcelona, a pesar de las peticiones de clemencia que su familia le hizo al propio Franco, con el que Aranguren coincidió en Galicia en diferentes funciones, manteniendo ambos una breve relación amistosa.

José Antonio Cobreros Aranguren ha declarado que desde el día que había sido fusilado su abuelo se trató por todos los medios hacer ver "cómo si no hubiera existido". Y Lorenzo Silva sostiene que la figura de Aranguren ha permanecido olvidada porque su digno papel no ha sido del interés de nadie. Por razones obvias no lo fue para los vencedores de la Guerra Civil. Y tampoco interesó a buena parte de la izquierda. Ni a los nacionalistas, para los que no era "especialmente reivindicable" el que un general gallego defendiera el gobierno autónomo catalán.

Silva ha destacado la necesidad de rehabilitar en su libro la noble figura del general Aranguren. Y al mismo tiempo quiso reivindicar a aquellas personas que se comportaron dignamente y procuraron reducir el mal en lugar de causarlo, cualquiera que fuera la bandera bajo la que lucharon. O les tocó luchar.

Desde una perspectiva cívica, José Aranguren cumplió con lo que consideraba que era su deber en aquellas trágicas circunstancias, sin preocuparse nunca de las consecuencias de su heroica conducta. Como Gregorio Marañón, Aranguren creía que la vida es siempre más ancha que la historia.

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