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La crisis neoliberal en la novela negra

Juana Salabert dibuja en La regla del oro la España de la gran estafa colectiva

Vaticinábamos en estas páginas, allá por el 2009, que la crisis económica provocaría un aluvión de novelas con ese telón de fondo. El primero en situarse en la línea de salida fue Petros Markaris, que anunció una trilogía con Atenas y su investigador Jaritos sumergidos en las consecuencias trágicas de la crisis sobre la población griega. Así, en 2010 pudimos leer en castellano la primera de la serie, Con el agua al cuello. En la narrativa negra de nuestro país, ya reseñamos a Fernando Cámara y su Con todo el odio de nuestro corazón, con la que ganó el XVI Premio de Narrativa Policiaca Francisco García Pavón, en la nos mostraba las consecuencias de la crisis en un Madrid del futuro. Otros autores la han utilizado de forma variopinta: como escenario, como tragedia colectiva, como efecto o causa del crimen, como la fusión del mundo de las altas finanzas con la política y las organizaciones para delinquir, etcétera.

A ese elenco de escritores se une Juana Salabert (París, 1962) con su novela La regla del oro. De la autora ya conocíamos esa cualidad para construir escenarios oscuros y asfixiantes deudores de los clásicos, ya fueran de Dickens o Maupassant, que con tanta maestría desplegó en Velódromo de invierno (Premio Biblioteca Breve) o El bulevar del miedo (Premio Fernando Quiñones en 2007 y finalista en el Hammett). Ahora nos paseará por el Madrid de hoy -en concreto por los barrios de Simancas, San Blas y Salamanca-, para mostrarnos las consecuencias de la crisis en diferentes familias con un denominador común: la necesidad de empeñar joyas propias o de antepasados para adquirir comida, evitar un desahucio o, simplemente, sobrevivir un día más. En ese escenario construye una novela crítica con el sistema -pese a que en ciertas ocasiones se acerca más a la crónica, pero ya se sabe: el realismo en la actualidad también es crítico al mostrar lo realmente existente-, plagada de sentimientos de indignación ante la estafa colectiva en la que cualquier conquista social se nos ha caído a pedazos o se ha evaporado en la atmósfera. Y es que Salabert no cree en la literatura apolítica, inmaculada, y que no se moje con la situación actual, y defiende una narrativa apegada a los tiempos que nos ha tocado vivir, para denunciarlos, para alzar la bandera de la literatura útil que realice una autopsia a la realidad.

En ese Madrid actual que nos dibuja, es la Navidad del 2012, se están cometiendo varios asesinatos de "comprooro", tal y como ella bautiza a las personas que se dedican a comprar oro a las personas asfixiadas por la crisis, en esos establecimientos con cristales blindados que han inundado nuestras calles, pues "el oro siempre regresaba cuando despuntaba el derrumbe". Las tres víctimas tienen en común la profesión -"Era prestamista de los de murmullo en trastienda clásica cuando se terciaba [...] empezó muy pronto a coleccionar chismes y medias verdades, a atesorar secretos ajenos. Su olfato era infalible a la hora de detectar debilidades, culpas y vergüenzas a las que sacer partido..."- y la leyenda del cartel que el asesino coloca sobre su pecho: "ladrón de quilates de oro y vida". Aquí aparece el inspector Alarde, un joven y perspicaz policía, intuitivo y sensible, que no sólo mira el lugar el homicidio, sino que también sabe cómo mirar. Un protagonista que se nos antoja retomará la autora en alguna que otra obra.

Con esos resortes, Juana Salabert, de una forma sutil, va dibujando una realidad en la que todas las conquistas sociales se nos esfuman, el Estado de Bienestar se hunde y la indignación no encuentra salida y se concentra hasta explotar en forma de asesinato o como melancolía que nos inmoviliza y nos transforma en sujetos desplazados por el sistema.

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