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poesía

La cercanía y el canto

Los poemas cercanos y de las pequeñas cosas de Tomás Sánchez Santiago en La vida mitigada

Quien no conozca la obra de Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) tendrá la oportunidad de adentrarse a través de este libro que paso a comentar, de inmiscuirse en la obra de un poeta y narrador que, desde 1985 lleva acumulando rigor, vocación y méritos suficientes como para ser considerado uno de los nombres más importantes de la literatura española actual. Pero las cosas en la vida no siempre suceden como uno desearía. Y menos aún en esta vidilla que es la literatura en su vertiente del reconocimiento público; vertiente cada vez más polarizada entre lo mainstream y lo independiente. Cada vez más banalizada por el uso y abuso de las redes sociales.

De vez en cuando sucede un hito y una novela como Calle Feria (de lectura imprescindible, quien la leyó, lo sabe) permite al autor zamorano alzarse con el IX Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Pero la escritura no es una alternancia de éxitos y fracasos. Es algo menos estridente y más continuo. Una tarea doméstica e incansable.

De vez en cuando conviene o apetece airear la casa (llega la oportunidad de publicar) y quedas en manos exclusivamente del lector. Publicar un libro libera y confirma para seguir haciendo camino al andar que diría el maestro Machado, tan del gusto de Sánchez Santiago.

La vida mitigada es un libro en prosa cuyo atractivo ya comienza a mostrarse en la indecisión que provoca su catalogación como género. Digamos que es un libro de notas, un género en el que el autor de El que desordena ya incurrió antes y felizmente con títulos como Para qué sirven los charcos y Los pormenores.

Esta nueva obra nace, en palabras de su propio autor, "de esa manía temeraria de apuntarlo todo o casi todo según va llegando".

El oído y los pies. Los ojos de un paseante que acarrea todo el equipaje diario al vagón del lenguaje, de la reflexión y de la demora. Incluso hacia la esquina de la indignación y el hartazgo, pero expresadas de manera tan sosegada que brilla por su ausencia el ruido que suele acompañar al empacho. En la sección que abre el libro, titulada "La escritura temeraria", y que actúa a modo de introducción, Tomás Sánchez Santiago aspira a que su libro dé cuenta de un hombre tranquilo. Obras como La vida mitigada ayudan especialmente a forjar el carácter de un escritor que, además, prescinde por momentos de la ficción para acarrear la calle hasta su escritura. Y si dicho carácter se forjara especialmente en la fragua de los adjetivos, el "mitigada" que acompaña a "vida" es determinante para leer el libro en una clave fundamental:

"La vida mitigada, sí. ¿Qué otra manera de vivir es posible ya? Poco a poco, el ruido inaguantable del mundo nos ha ido expulsando a muchos hacia unas inmediaciones secundarias donde, cuando menos, es posible escuchar sin nervios las palabras de los otros, contemplar las cosas despacio y en sí mismas y tomar notas calientes de pequeños sobresaltos al margen de una sumisión al vértigo de la actualidad. Un estreñimiento silencioso y persistente, tal como la ley sigilosa de los pestañeos, va ganando hace tiempo los hábitos y las aventuras diarias de la ciudadanía menor. Pero hay otras cosas: el parque de un barrio con su vida mínima y vivaracha, el gusto por las conversaciones de vaivén entre los pequeños bares donde ya no hay que preguntar lo que se toma, los gestos desprendidos de individuos con los que uno puede cruzarse a diario varias veces en estas calles de fachadas soñolientas".

Atravesado este umbral, pero sin abandonar un tono más de brisa que mece que de viento que agita, la escritura del libro va cumpliendo con esta premisa inicial.

En La vida mitigada se elabora una poética de proximidad, de atención hacia las posibilidades que albergan las pequeñas cosas, las historias que parecen insignificantes pero que son bruñidas por la capacidad fabuladora del autor y su habilidad para trasegar con materiales orales y aparentemente secundarios.

Cada sección del libro da buena cuenta por su título del motivo que la empuja: "Visto y oído", por ejemplo, responde a la pulsión del recolector urbano; a la amplitud de onda del ciudadano que sale a la calle con los sentidos especialmente alerta. En ocasiones, Sánchez Santiago se limita a transcribir lo visto y oído. En otras, lo visto y oído provoca en el escritor alguna clase de consideración o reflexión.

Y así puede ir el lector disfrutando y reconfortándose hasta la sección que cierra el libro: "Solo los mudos saben pronunciar la hache", un largo y apasionante relato que opera, entre otras muchas cosas, a modo de brillante elogio y apología del lenguaje, de las palabras, de la literatura. Especialmente al arte de narrar como modo de sobrevivir, algo que entronca a esta parte con la plural y rica Calle Feria.

Con guiños a lo apócrifo, a lo borgiano; con humor y chispa, entrelazando lo popular con lo erudito; restando impostura al concepto de autoría pero exponiendo al mismo tiempo su capacidad de latencia, "Solo los mudos saben pronunciar la hache" es el Aleph de "La vida mitigada"; su final por elevación. Una conclusión a la altura de ese nieto de Juan de Mairena, de ese discreto enciclopedista llamado Tomás Sánchez Santiago.

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