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Música

Viajar para ver y oír

El auge del turismo que impulsa festivales y ciclos de conciertos en Europa

En los últimos años se está viviendo una eclosión del turismo cultural relacionado con los espectáculos escénicos y musicales. Las grandes ciudades europeas se benefician de un aluvión de espectadores que acuden a ver a sus teatros y auditorios espectáculos líricos, conciertos sinfónicos, musicales, etc. No son movimientos que se hayan generado de un día para otro, sino que lleva su tiempo construirlos. Es preciso, para alcanzar esos fines, que los territorios promuevan procesos culturales de largo recorrido, sostenidos en su calidad, y con umbrales de excelencia en la oferta significativos. Festivales y temporadas atraen, entonces, a miles de turistas que prolongan su estancia para asistir a varias de las opciones que se les ofrecen hoy en día amplificadas y difundidas gracias a internet.

Desde nuestro país se ha tendido más al uso y abuso de grandes infraestructuras como el camino más fácil para lograr atraer visitantes en el ámbito cultural. El efecto del museo Guggenheim de Bilbao ha ocasionado daños colaterales tremendos desde el punto de vista del gasto opulento y hueco de infraestructuras que, a medio plazo, han quedado inutilizadas. Si uno observa con detenimiento los grandes focos de mayor vigor cultural percibe de inmediato que primero estaba una oferta en condiciones, fuerte y muy bien articulada, y las infraestructuras fueron llegando fruto de la necesidad, del crecimiento de la demanda y no al revés. Aquí, para variar, se erró por completo el enfoque en beneficio de ese dinero rápido y de gran volumen que mueven los grandes equipamientos.

A esta equivocación tan española hay que sumar otra singularidad que nos diferencia de las sociedades más avanzadas: la falta de continuidad de los proyectos culturales. Frente a los países que son capaces de encontrar puntos de unión y criterios estables en la programación aquí todo acaba dependiendo un poco de los gustos políticos de cada momento y procesos de décadas se pueden ver de golpe cercenados. Ni se tiene en cuenta el valor que suponen para la sociedad, ni el empleo que se pueda destruir por un bandazo en un momento determinado que se realice sin reflexión previa, sin contar con todas la partes y sin consultar a los especialistas. Hemos visto, en este sentido, auténticas atrocidades en este país, una sucesión de despropósitos que no tiene el menor sentido desde el punto de vista de artístico y todo ello debido a argucias de otro tipo, que mejor no entrar a calificar.

De ahí que España aún en este aspecto todavía deba mejorar sustancialmente sus parámetros de eficiencia organizativa. Ciudades como Oviedo consiguen, cada vez más, atraer público de fuera de la región a sus propuestas (ahí están los resultados de la temporada de ópera entre septiembre y enero, o los del pasado verano con el Falstaff dirigido por el maestro Muti en el Festival de Verano, y también en actividades sinfónicas). Es, en este sentido, muy importante la adecuada colaboración institucional que debe implicar a las administraciones local y regional y también a la sociedad civil. Nos jugamos mucho en un sector clave para el desarrollo económico, sin dejar de lado que la cultura es un derecho básico de la ciudadanía a la que beneficia en su conjunto.

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