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El viaje de un filósofo al Polo Norte

El normando Michel Onfray (1959) ha consagrado su privilegiada e hipercrítica mente a la Filosofía. Así que cuando titula Estética del Polo Norte su particular relato de un viaje al territorio de los inuit o esquimales, más allá del Círculo Polar Ártico, lo hace con todas las consecuencias. No extraña, pues, que su narración se estructure en tres partes: el tiempo elemental, sobre la piedra, el frío y el espacio; el tiempo vivido, en torno a la supervivencia, la repetición y el rito; y el tiempo destruido, en el que acomete la colonización, el sedentarismo y el nihilismo. Sin embargo, cabría hacerse una idea equivocada del tono y el contenido del volumen si no se reparase en su subtítulo, "Estelas hiperbóreas", que deja entrever cómo el relato de Onfray utiliza esa fina retícula de los trabajos académicos bien trabados para elevarse a regiones donde la palabra se convierte en magia y los lectores quedan prisioneros del hechizo.

Un fragmento y diez cuentos, de los que uno al menos salió de mano de mujer, componen este volumen de relatos japoneses escritos entre los siglos XI y XIII. Compendiadas hace centurias en la misma forma en la que ahora se presentan, las historias fueron organizadas siguiendo las estaciones del año y en sus líneas quedaron reflejadas con sorprendente nitidez la vida amorosa y las vicisitudes cotidianas de la aristocracia nipona de una época marcada por una extrema rigidez en la etiqueta, una moral relajada en grado sumo y un concepto muy femenino de la belleza masculina. Una aristocracia decadente, en suma, que a menudo es vista a través de los ojos de las damas de compañía y a la que los autores, sobrios y directos en su escritura, dispusieron en situaciones que permiten desplegar una comicidad oscilante entre la fina ironía y la deformación grotesca. Y que, en recompensa a la ausencia de banales artificios, pervive sin haber envejecido.

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