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A tumba abierta

Raúl Argemí, un provocador que escribe la novela negra más dura

Raúl Argemí (La Plata, 1946) se convirtió en nuestro vecino y amigo durante más de una década. Apenas hace dos años regresó a Argentina, donde ejerce como periodista para un diario de la Patagonia. En el periodo que vivió en España, sus novelas ganaron casi todos los premios importantes: Los muertos siempre pierden los zapatos, XXI Premio Novela Felipe Trigo, 2002; Penúltimo nombre de guerra, 2004, XIII Premio Novela Luis Berenguer y el Dashiell Hammett; Patagonia Chu Chu, 2005, Premio Francisco García Pavón; Siempre la misma música, 2006, Premio Tigre Juan; Retrato de familia con muerta, Premio L´H Confidencial. A las que habría que añadir La última caravana, 2008, y El ángel de Ringo Bonavena, 2012 -ambas reseñadas en estas páginas-. Ahora nos llega A tumba abierta.

En esta novela utiliza el recurso de convertir en protagonista a un guerrillero argentino en plena dictadura. Esto le permite pasar revista a aquellos años: la represión, el terrorismo de Estado de la Triple A, la historia anterior de su patria -"cuando murió Perón y al frente del gobierno quedó Isabelita, loca como una cabra y títere del brujo López Rega" (p.25)-, la guerra de las Malvinas y cómo era la vida de cada uno en una organización que usaba la lucha armada contra la dictadura militar -"Todos aspirábamos a morir heroicamente. Una manera bastante estúpida de sentirse trascendentes, algo así como un Cristo aspirante a su propia crucifixión" (p. 32)-.

Un protagonista que utiliza varios nombres; es decir, vive varias vidas, todas ellas comenzarán en un cruce de caminos. En ese momento dudará, pero se arriesga por uno de los senderos. Ese es el sentido de la novela, un tipo que, en los momentos cruciales, toma una decisión, se arriesga sin dudarlo y lo hace a todo o nada, A tumba abierta. A veces gana, en la mayoría pierde, pero siempre apela al gran Santos Discépolo, como el gran oráculo de los caminos. Todo ello con su código interno, que huye del alcohol y las pastillas: "un guerrillero no necesita nada más que ideología y mas ideología" (p.113). Y siempre acompañado de su inseparable Smith & Wesson Chiefs, de caño corto, compacto. Lo que le permite moverse por pantanos llenos de cocodrilos. En el fondo, eso no deja de ser un código de barrio, de caballeros que salieron de las calles heredando conductas de la barra de la esquina o de sus primos mayores.

Interesante es la parte en la que el protagonista se exilia -como muestra de su derrota- en España y no comprende lo que está pasando: "se comportaban como adolescentes envejecidos, todavía orgullosos de resacas monumentales [...]. Con una cultura mística que despreciaba los libros porque la cultura les llegaba desde el interior, como una iluminación. [...] España era un circo, un circo por arriba y por abajo, cambiamos el burro y la boina por la moto y el casco, me resultaba increíble tanta fiesta cuando en otras partes del mundo se estaba torturando a mansalva" (p.85).

Desconozco si es intencionado o accidental, pero subyace en toda la obra una comparativa entre la modernidad -a la que se aspira en gran parte del mundo- y los comportamientos sociales en la posmodernidad del mundo occidental. En ese análisis realiza un crítica mordaz a las conductas de la clase media, que rayan la estupidez, el infantilismo, pero se presentan como lo normal en un mundo civilizado. A lo que añado una reflexión que ha levantado alguna ampolla. La reproduzco textual, para que el lector juzgue: "Los vascos tienen un ego tan descomunal que están convencidos que son una raza aparte y los mejores por derecho natural. Los catalanes son -como partes de sus ancestros- judíos en la diáspora. No israelíes, judíos de la diáspora. Necesitan que alguien los desprecie o los odie, necesitan del enemigo para definir su identidad. Nadie sabe lo que es un catalán, como tampoco pueden explicar por qué es judío un ateo en la diáspora sin caer en el racismo"(p.95).

Como ven, es el Raúl Argemí que nos enamora, el provocador, el analista, el escritor de la novela negra más dura, el que construye su barco mientras va remando y siempre lo hace A tumba abierta.

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