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La Brújula

Cuando Waltari jugaba al límite con la generación perdida

Cuando, sin haber cumplido todavía los 20 años, el finés Mika Waltari desembarcó en París, hacía ya tiempo que la capital gala era para algunos una farra descomunal. Corría 1927 y Waltari -grafómano incorregible y precoz que había publicado su primer libro a los 17- se tragó el París bohemio de un bocado. Y le sentó francamente bien, a juzgar por la digestión que plasma en La gran ilusión, su primera novela. Aunque tendría que esperar a 1945 para alcanzar un abrumador reconocimiento mundial con las aventuras de Sinuhé el egipcio, La gran ilusión tuvo un éxito inmediato y le situó con firmeza en el panorama literario de Finlandia, valiéndole además el merecido título de representante de la "generación perdida" en su país. Escrita con una madurez y una depuración sorprendentes, la novela, que transcurre a caballo entre Helsinki y París, es una valiosísima recreación de la primera de las dos grandes rupturas generacionales que había de conocer el siglo XX. Y también una anticipación -dos años antes de que en 1929 los acontecimientos comenzaran a torcerse- del triste final que aguardaba a la frenética búsqueda de alegrías.

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