El lugar de la poesía ha sido, es y será, siempre la calle, la voz del pueblo -pero con el pueblo, siempre desde, hacia y con-, la del silencio que se rompe para alzarse frente a quien oprime o hiere o pretende imponer un régimen de autoridad a una voz -o voces, en este caso- que no obedecen a ley o norma alguna más que a la libertad, de expresión, pensamiento y acción poética. Degeneración salvaje surge del encuentro casual de un número considerable de poetas que escriben y que han compartido palabra en diversos actos, recitales o timbas poéticas en las que siempre se ofrece un espacio de micro abierto, de voz tendida hacia quien desea expresarse y ser escuchado: "Todo empezó un nosecuando en el país del nunca jamás (?)/ tomamos la Revoltosa, libros y café/ y recitamos en un Olivar./ Se nos unieron diversos y diversas poetas/ y la degeneración poética fue posible. / Y lo que iba a ser un fanzine o una revista/se convirtió en una Antología Salvaje. / Quince poetas multiplicados por tres poemas/ y un alma colectiva: Alberto Claver/ un maldito hijo de la poesía underground. / La degeneración ha llegado/ y ahora es posible que estén en sus casas. / No compre este libro, róbelo/ y después de leerlo déjelo/ en una gran superficie/ puede ser un artefacto altamente explosivo". Tal vez la forma más real de democracia que hemos conocido. Desde esta horizontalidad, real, se establece con quien lee un vínculo mucho más ancestral y cercano, esa especie de cordón umbilical que nos une al poder de la palabra, de la tradición oral, del crecimiento personal a través de la experiencia o experiencias de la tribu, quizá el nacimiento del término manada en sentido opuesto a rebaño; manada que comparte una oposición básica a toda imposición, que manifiesta su desacuerdo con las políticas de la hipocresía que vivimos o que analizan con lucidez de calle -o conocimiento de realidad y hecho- esta invasión de ciertas costumbres dictatoriales aplicadas ahora a nuestro propio cuerpo y vidas. Denuncia, cierto carácter indómito o salvaje que une estas voces, compromiso y honestidad, palabras todas ellas en peligro de extinción por desuso y error de significación perfectamente planificado por un poder que más que nunca manifiesta su origen histórico y su búsqueda de sometimiento. Non serviam, podría ser el lema de este libro.
Antología poética o descubrimiento de voces que se mantienen al margen de un discurso oficial que parece no haber sido alcanzado por realidad alguna ni desahucio, hambre o precariedad. Se escribe aquí desde la calle, hacia la calle y en la calle misma. Todos y todas podremos reconocernos en estas voces y este modo de decir las cosas. Un modo de recuperar la fe, quizá tarde para la inocencia, pero no para el empuje y la unión. No hay lugar aquí para el egocentrismo, es la voz colectiva la que habla, esa fuerza, esa degeneración salvaje hacia lo primitivo, hacia esa animalidad bien entendida que rescatamos ahora para salvarnos de la quema. Tal vez instinto de supervivencia en grito, en palabras de Pablo Benavente: "El olvido debe llevar un vestido de infarto/ porque cada cuatro años volvemos a meternos, obedientes, en su aserradero,/ y el mismo serrín de hacer con nosotros lo que quieran,/ es el que usan como confeti en sus fiestas, nuestras pieles/ tapizan sus deportivos, y ya no nos queda más que aceptar que somos/ nuestra principal razón, causa, excusa y motivo para ser tan, absurdamente,/ dóciles./ Pero ahí fuera siguen sueltos los hijos del hermano bastardo, escondidos/ en torno a sus hogueras, haciendo sonar sus tambores/ para recordarnos que estamos en guerra". Adéntrense en estas páginas, atrévanse a rasgar el vértigo de quien ha vivido toda su vida en cautiverio, rompan el círculo de este miedo con el que quieren gestionar nuestras bocas, actos y voces. He aquí un ejemplo de cómo llevar a cabo dicha acción.
