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poesía

Al final del otoño, serenamente

Cuando enero fue pasto de las llamas, la nueva entrega poética de Juan Ignacio González

Mucho le debe la poesía en Asturias a la figura de Juan Ignacio González. De una manera sosegada, sin estridencias, lleva años descubriendo y dando oportunidad a poetas que dan sus primeros pasos. En circunstancias donde lo fácil es el paternalismo o la displicencia, González, desde sellos como "Heracles y nosotros" o "Cuadernos del bandolero", ha esgrimido y esgrime confianza e ilusión. Jordi Doce, Jaime Priede, Aurelio González Ovies, José María Castrillón o Hermes González, por citar algún notable ejemplo, publicaron sus primeros versos al amparo del autor de Otros labios acaso. Promotor cultural infatigable, cofundador del grupo poético Cálamo de la Sociedad Cultural Gesto, su generosidad y actividad podrían distraernos de lo verdaderamente esencial e importante del autor mierense: su poesía, una obra que, libro a libro, se ha ido fraguando ajena a modas o ciclos. Deudora de cierto culturalismo que explotó con los novísimos, Juan Ignacio González no teme al lirismo como carácter tradicional de lo poético ni elude ese ancestral esteticismo que caracteriza a los clásicos. Cuando enero fue pasto de las llamas, su nueva entrega poética, apela ya desde el título a una mirada que busca en el pasado y en el transcurso del tiempo el sentido actual de su escritura. Uno piensa en el simbolismo de títulos como El otoño de las rosas de Francisco Brines o Arde el mar de Pere Gimferrer en los que se dimensiona lo más concreto: las rosas, el mar (enero en el caso de González) para emprender un diálogo tan viejo como la poesía entre lo más humano y lo más inasible.

Cuando enero fue pasto de las llamas se nos ofrece como una dilatada elegía que se detiene ante los hitos, obsesiones, querencias y preocupaciones del poeta. Así comienza el poema " Soliloquio": "¿Qué hacíamos tú y yo mirando los relojes / en los escaparates? / ¿Acaso iba la vida a retrasar sus horas / para dejarnos siempre sentados en los parques, / o al borde de un alero?"

Sensible y receptivo a la mitología del género que practica, no es Nacho González un poeta evasivo, ensimismado en su intimidad. El autor transita por los textos que ahora reseñamos y se presenta como un ciudadano más, como uno de los nuestros. Toda una vida entregada a la militancia política y social no podía caer en saco roto. Sin ceder ante la urgencia y el pasquín (enemigos de lo poético y su vigencia) Cuando enero? se inicia con un poema, "El hacedor de versos", que ratifica lo dicho hace unas líneas.

Desde los primeros versos, lector y poeta, se sienten personajes y víctimas de una misma trama: "Escribir era esto: / llegar desnudo al mundo, / (?) Dejar flores y cartas sobre la tumba amada / y detener el miedo con estos tristes versos / que sienten, como tú / la rabia de este tiempo".

Inconsciente e ingenuo, el hacedor de versos se empecina en su tarea, de ahí su peligro. Subraya y enfatiza que su identidad no es otra que la poesía. Abundan los metapoemas, aquellos que aluden al oficio; un asomarse al espejo que refleje un porqué a tanta perseverancia, a tanta dedicación. Los títulos al respecto no escasean. "Unas pocas palabras", "La urdimbre del poema", "Diré cómo aparece la poesía", "Sobre la poesía"?

Y de esa novísima costumbre de tener bien ocupado el cuarto de invitados no se olvida el poeta tampoco: por su libro pasean e inspiran una nómina referencial, un inventario de nombres que ayudan a delimitar, por si no lo estuviesen ya, las deudas de quien escribe: Paul Celan, Arthur Cravan, Alfonsina Storni, Cyrano, Li Po?

Mención aparte merecen los poemas dedicados al mejicano José Emilio Pacheco y al catalán Joan Margarit, quienes aparecen como algo más que meros invitados. Presentados como homenaje, trascienden esta primera intención y llegan, sobre todo, en el caso de los más extensos, a condensar el carácter del libro que estamos leyendo. Hablando de poesía, la autorreferencia, la insistencia temática, lejos de ser un inconveniente, ayudan a apuntalar la motivación del poeta, el sentido de su oficio. El paso del tiempo (ya se dijo), la geografía emocional y los poetas queridos, son los tres pilares sobre los que se asienta Cuando enero fue pasto de las llamas. La estrofa que cierra uno de los poemas dedicados a Margarit, "Apuntes para un breviario de la infancia", no deja lugar a dudas: "Al final del otoño vuelvo al Rayas, / no sé si es un remedio a la nostalgia / - el olor del papel me resulta entrañable - / pero sé que es posible reencontrar en sus páginas / las huellas de mi padre, / de cuando me leía, serenamente, a Lorca / en noches de aguaceros".

Gracias, Nacho por no cejar en el empeño.

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