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Londres era cutre cuando los primeros antillanos llegaron

Londres era cutre cuando los primeros antillanos llegaron

Las noticias sobre Corea del Norte que difunden los medios contienen porcentajes de intoxicación rayanos en lo letal. Tanto las continuas proclamas, amenazas, amagos de relajación y vuelta a empezar que propaga Pyongyang como las fantásticas historias difundidas por el régimen del Sur para reforzar los perfiles ya de por sí esperpénticos del tercer eslabón de la saga de estalinistas norcoreanos. Ni unos ni otros contribuyen a arrojar luz sobre lo que, en última instancia, es la principal línea de choque del conflicto de gigantes que protagonizan China Y EE UU. Así las cosas, en 2012 el narrador, poeta y dramaturgo portugués José Luís Peixoto decidió aprovechar la posibilidad de participar en la gira propagandística organizada por el Norte para conmemorar el centenario del fundador de la dinastía, Kim Il-sung. Fueron dos semanas de inmersión en el delirio cuyo resultado es este espléndido Dentro del secreto en el que, a ratos, el lector se creerá ante Kafka y, a ratos, se imaginará con Carpentier o Márquez.

Quienes hayan leído Sábado por la noche y domingo por la mañana, del gran Sillitoe, tendrán una idea aproximada de los niveles de cutrerío que podían alcanzar los estratos populares ingleses en los años cincuenta. A esa Inglaterra -que, pese a todo, sigue tan costrosamente viva como la capacidad de tragar pintas de Nigel Farage- llegaron en los 50 las primeras oleadas de jóvenes antillanos que tan bien refleja el trinitense Sam Selvon en Solos en Londres (1956). Y lo hicieron con ese habla particular que atraviesa la novela -un clásico de la literatura inglesa de la segunda mitad del XX- y que, como explica su traductor, es una síntesis comprensible de muchas hablas incomprensibles. Lo hicieron también con el empuje de buscarse la vida y sin saber que su presencia iba a contribuir de modo decisivo a hacer de Londres la ciudad con la faz y las entrañas más variopintas. Hemos tardado 60 años en tener acceso a Solos en Londres, pero no se duerman. Por desgracia, los libros se van deprisa de las librerías.

Si están leyendo este texto en su versión original, como tercera entrada de "La Brújula" del 30 de junio de 2016, se darán cuenta de que Un crucero de verano por las Antillas es el reverso ideal, el predecesor preciso, del Solos en Londres de Sam Selvon (Automática) que ocupa la reseña anterior. Si no es así, ahora ya tienen las claves del puzle. En 1887, Lafcadio Hearn, que acabaría inscribiéndose en el imaginario occidental como puerta de acceso al Japón, tomó un barco en Nueva York para iniciar un periplo por Martinica, San Vicente, Trinidad, Tobago... Viajero cosmopolita de pluma dúctil, Hearn tenía los ojos acostumbrados a escrutar. Así que no extraña nada que playas y gentes, volcanes y olores, capillas perdidas y aguas de colores que por entonces se hacían imposibles desfilen por sus páginas con paso airoso. Con ese garbo que sólo los vagamundos saben imprimir al ir y venir entre lo que ven y las chispas que esas imágenes hacen saltar en su cerebro. Ideal para no consumirse en espera de las vacaciones.

Una de las más apreciables ventajas que le reportará la lectura de Entre el arte y la vida es que ya no tendrán que preguntarse si deben considerar artístico que un barrigón desnudo pisotee a grandes zancadas bolsas rellenas de sangre mientras la hoja de un alfanje se abre camino entre sus nalgas. Otra cosa distinta es que sigan preguntándose si, más allá de los engranajes de la industria cultural, tiene sentido seguir hablando de arte en el siglo XXI. Como quiera que sea, Allan Kaprow (1927-2006), el autor de estos Ensayos sobre el happening, pasa por ser uno de los padres de esa palabreja inglesa que pueden traducir por ocurrencia, suceso o acontecimiento y luego relacionar con ese otro palabro que es "performance". La idea, en cuya génesis también estuvieron músicos, poetas, pintores y gentes de las tablas, es que la magmática imprevisibilidad de lo cotidiano debe ser inseparable de toda propuesta artística. A desarrollarla dedicó Kaprow esta veintena de provocativas piezas, escritas entre 1958 y 1990.

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