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Tinta fresca

¿Qué dice el lobo feroz?

Melisa López, herida por la violencia de género, mezcla autobiografía y fantasía en Niña invisible

Estefanía. Nueve años. Sufre. No está sola en el tormento. Su hermano y su madre sufren también la violencia de su padre. Melisa López se aproxima en Niña invisible al horror desde la mirada de la niña. En primerísima persona. Los ojos ven los labios que no pueden nombrar. Aún no. Demasiado pronto para usar el vocabulario de las sombras. Sus vivencias en el colegio y la familia acogen los temblores de una identidad herida que tiene alrededor la alambrada de una sociedad machista. Estefanía es víctima pero no está vencida. Eso nunca. Se rebela. Se enfrenta a las injusticias y con el paso de los años su personalidad se va fraguando desde el miedo, pero también desde el coraje y la lucidez. La historia, matiza la autora, "tiene parte de realidad y parte de fantasía, sí contiene un sustrato importante de autobiografía pero, en tanto que yo no he hecho nada relevante para la Humanidad, el valor de la novela radica en que es una historia que han podido experimentar muchas personas, que no le han sabido poner nombre tampoco a esos malestares. Cuando algo tiene nombre empieza a existir y a partir de ahí puede empezar la transformación y la recuperación. Lo más difícil de la violencia de género es identificarla porque naturalizamos nuestros modos de relacionarnos, aún más los aprendidos en el entorno familiar y las relaciones de pareja".

Niña invisible es también "un buen recurso para utilizar con alumnado de secundaria para acercarles de una forma distinta a la violencia de género puesto que es un colectivo que tiende a pensar que es un hecho lejano que les ocurre a otras personas, incluso si lo está experimentando le cuesta llegar a reconocerse, y esto lo vivo cada día en los centros en los que trabajo impartiendo sesiones específicas de prevención de violencia de género en los centros de secundaria". Escribir esta historia la obligó a "ordenar y remover recuerdos. Lo más positivo ha sido evidenciar que lo que ocurría en casa era 'de manual' y que la información oportuna es clave para la detección y la recuperación".

Narrar desde la experiencia de vida "te posiciona en un lugar más concreto. Es más sencillo contar y transmitir, al menos para mí, la emoción experimentada, recrearla, que tener que crearla. Cuando alguien escribe la historia de otra persona también va a tener que documentarse sobre cómo alguien, en una situación concreta, aunque sea ficticia, se ha podido sentir. Se acerca a la realidad de alguna forma para darle credibilidad. Contarlo desde lo vivenciado hace que fluya sin más".

La realidad de lo vivido superaba a la ficción: "Al tratarse de ordenar recuerdos y darles una trama que mezclaba fantasía tenía que ser creible porque, además el público al que va dirigido es adulto y adolescente. En ocasiones si contaba toda la verdad sonaba demasiado increible y era la ficción la que le daba legitimidad paradójicamente".

Desde el principio sabía en qué orden tenía que narrar los hechos "e incluso el final lo sabía desde el principio. Lo cierto es que en sólo un mes estaba finalizado aquello que quería contar. Fue mi familia la que mi animó a enviarla a editoriales. Saben que la escritura es mi válvula de escape y cuando me ven un poco baja me recomiendan hacerlo. Mis amistades me reconocen en la novela y algunas se reconocen también. La gente cercana me dice que es una novela tierna y a la vez dura pero lo cierto es que yo también me he reído bastante dándole forma".

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