Con el afán provocador que tanto le gustaba exhibir, Juan Benet solía declarar a quien le escuchase: "Cambio todo Galdós por una página de Stevenson. Lo que hacían Fortunata y Jacinta por la Calle Mayor de Madrid nunca me ha interesado nada, absolutamente nada". Ignoro si había leído las cartas del que muchos han dado en llamar "el mejor novelista español después de Cervantes", las más de mil que ahora nos llegan con gran aparato de erudición académica, notas al pie, índices y demás. Pero ante el despliegue de realismo naturalista chato y garbancero que llena las mismas (que me perdonen los fans de Galdós, por favor) más que probable es que la burla benetiana aún fuese más cruel. Me apresuro a señalar (para acallar mi mala conciencia literaria) que sí, que muy interesantes las misivas a Clarín o a Pereda o a Pérez de Ayala o a María Guerrero, sobre todo para quienes gracias a ellas montan congresos y simposios y seminarios. Pero a quienes nos traen bastante al fresco las fechitas y las fichitas y se nos da una higa la intimidad ramplona de cualquiera -sea Galdós, sea la actriz de moda, sea el vecino de abajo- tamaña acumulación de nada de nada termina por sumirnos en el bostezo o la carcajada, según. Y nos da en qué pensar sobre lo que aporta a la obra de un gran escritor, de un gran hombre, de una mujer extraordinaria si tal día de tal mes de tal año les dolía el pie izquierdo o picaba el derecho. No sé qué va a ser de todos nosotros cuando se publiquen (que todo ocurrirá con el correr del tiempo) nuestros ´whatsapps´ completos.

Don Benito Pérez Galdós anuncia en sus cartas que manda entradas para el teatro a un amigo; aconseja estudio y paciencia a escritores noveles; se muestra padre atento a las necesidades económicas de su hija ("Tu papá te quiere mucho", le informa siempre); cuenta si hace frío o calor; imparte instrucciones más que detalladas "con las semillas que he comprado aquí para la huerta y que son de lo mejor" (en carta al excarabinero asturiano Manuel Rubín), y todo va de este tenor. Y se queja, se queja muchísimo año tras año: "Ya ha desaparecido la irritación catarral; la maldita gripe; estoy cansadísimo y no puedo más; tan aburrido estaba ayer, tan quebrantado de espíritu y de cuerpo; acatarrado de un modo terrible; estoy con jaqueca fuerte; he sudado, y ahora no hay más que esperar a que se limpie la mucosa€", y así sucesivamente, sin hurtársenos los desajustes intestinales que padecía y la frecuencia de sus visitas al excusado que le impelían a firmar deponedoramente hablando, dígase así. Apasionante. Por ello, di en buscar algo de diversión en tal lectura, recopilando de aquí y allá cómo se dirige a su amante Concepción Morell: "Miquina, chiquilla, muñeca, borrica, bribona, ´mon enfant´, condenada, botija, niña, cerdita, aldeanota, perita en dulce, so burra, mocosa, rependonazo, mona salada€", vaya por Dios. Con Teodosia Gandarias el tono cambia, la cursilería permanece (claro que todas las cartas de amor son ridículas, maestro Pessoa): "Preciosidad del mundo; amantísima y discretísima; clarísima y sin par; adoradísima; incomparable; muy amada y dulcísima; excelsa mujer; oh divina; mi cielo terráqueo y mi tierra sideral; sacra; paz y esperanza mía; hacendosísima; mi cielo y mi esperanza, vida de mi vida y propulsora de mi actividad literaria; firmamento, celestial; preciosa y vaporosa€". Claro que lo importante es lo importante: "Se me olvidó decirte ayer, que pusieras un sello móvil al Cheque; ayer te mandé un talón (certificado) que habrás cobrado ya; me decido a mandarte hoy un cheque del Banco Hispano Americano. Lo he puesto por la cantidad mínima de 50 Pts., porque como va la carta certificada, en caso de pérdida tienen que abonarme 50 Pts." Y firma "Ojirris, Camuñas, Yo mesmo, Ojis€" o cosas peores. En fin, que ustedes y los académicos lo pasen bien.