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Descansa en paz, Renzi: "Calma, Mastronardi"

La novela de la vida del álter ego de Piglia se encuentra entre la mejor literatura del escritor de Adrogué

Descansa en paz, Renzi: "Calma, Mastronardi"

Witold Gombrowicz vivió largo tiempo pobre, y algo a oscuras. No impidió, sin embargo, que se convirtiese en un observador de sí mismo y de los otros. A distancia, ya que no permitía que se le acercaran demasiado, adquirió una idea bastante antisentimental de la vida. Ricardo Piglia contaba a propósito de él una historia que durante mucho tiempo circuló por Buenos Aires y que permite acercarse a la relación entre su escritura y la vida cotidiana. La vida siempre fue también literatura para Piglia o para Emilio Renzi, igual da, los dos eran autores de una misma novela existencial.

El caso es que todas las semanas, Gombrowicz se encontraba con el poeta Carlos Mastronardi, muy amigo suyo, en un bar de Buenos Aires llamado El Querandí. Mastronardi era ya por entonces uno de los grandes poetas argentinos, una persona extremadamente discreta y sutil; admiraba a Paul Valéry, y como Valery exhibía modales cautos y tranquilos. Cuenta Piglia que cuando Mastronardi llegaba al bar, Gombrowicz estaba ya tomando su té, y éste le saludaba: "Buenas tardes, Gombrowicz". Entonces Gombrowicz le contestaba "cálmese Mastronardi", porque el simple hecho de saludarle incluso de manera tan sucinta le parecía un exceso de sentimentalismo latinoamericano. En cada ocasión que el discreto Matronardi le preguntaba cortésmente cómo le iba, el novelista y dramaturgo polaco le pedía imperiosamente tranquilidad "¡Calma, Mastronardi!". En el grupo de Piglia acabaron por adoptar esas dos palabras como una consigna frente a las pasiones desatadas en la Argentina.

Naturalmente en un país tan desarbolado por los sentimientos y los bajos instintos, "¡Calma, Mastronardi!" se convirtió en una recurrente salida. Los diarios de Emilio Renzi, que Anagrama ha estado publicando hasta la muerte de Piglia y de los que queda por ver la luz la tercera y última entrega, son el resultado de la destilación vital de su autor, el álter ego del propio escritor de Adrogué fallecido el pasado día 6. Piglia no dejó a lo largo de su vida de zambullirse en las discusiones literarias, husmear aquí y allá, y exponerse a las corrientes de aire. Resultado: un detective literario excepcional, consumado experto en el cambio de registro, que le llevó de la novela, a los cuentos, y de los cuentos a los ensayos, los relatos autobiográficos, las conversaciones con otros autores, las intervenciones públicas, etcétera. Piglia llegó a admitir que si en algún momento no hubiera empezado a anotar un diario jamás habría escrito otra cosa. De modo que su literatura comienza en las anotaciones cotidianas y gira alrededor de ellas.

Por Años de formación discurren la educación sentimental, las primeras actitudes rebeldes, la ciudad, los amigos, los incipientes planes literarios, las lecturas, el cine, el descubrimiento de la vida, Buenos Aires, Adrogué, las calles, las plazas, la Argentina de entonces, las experiencias cotidianas y las pulsiones más íntimas del joven que quiere convertirse en escritor. En Los años felices, el segundo tomo publicado, en septiembre de 2016, se desarrolla la carrera literaria de un autor en el mundo de las letras argentinas, sus encuentros con los escritores consagrados, como su admirado Borges o Roa Bastos, con sus compañeros de generación, y con los libros. En resumen, la novela de una vida.

Un día, acodado en la barra de un bar, le confesó a un barman uruguayo que la vida contada por el mismo que la vive ya es un chiste, o mejor, le dijo Renzi, "una broma mefistofélica". El barman no estaba al tanto de la consigna pero le podría haber respondido aquello de "¡calma, Mastronardi!".

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